martes, 5 de noviembre de 2013

El petróleo y el psiquismo Venezolano (II)

OPINIÓN NELSON GUZMÁN
El teatro de Rengifo encarna un sentimiento crítico. Los hombres están dispuestos a todo. Los hombres están sembrados en su fe, como lo estuvo el hijo de María Rosario Nava, quien se marchó detrás de las banderas libertadoras. Más allá de sus quebrantos, de su incapacidad física, se mantuvo su fe. Venezuela luce irreconciliable, las fuerzas en disputa y en discusión se baten a muerte en un escenario que no ha conocido en centurias otro medio de controlar sus problemas sociales que la represión y la intolerancia. Bolívar era la esperanza de la redención.
El teatro de Rengifo retrata lo peculiar del pueblo venezolano, la vida se ha vuelto movediza. Los hombres pasan de la existencia a las tinieblas con mucha facilidad. En el siglo XIX los caminos se llenaron de espantos, el odio social y la lucha de clases se apoderaron del espíritu de los pueblos. Está finalizando un orden social. La República reclama sus reglas, los forajidos pescan en río revuelto y los sostenedores del imperio saben de una sola filosofía: o la violencia o nada. Las leyes han hecho aguas. Las ciudades no pueden mantener su ritmo, asaeteadas del espanto se refugian en el sobresalto.
La Guerra de Independencia no deja a nadie indemne. En Manuelote, pieza escrita en un solo acto, se argumenta el debate entre Petrona y Manuelote sobre la conveniencia de entregar a su amo, Don Martín, a José Tomás Boves. La conciencia de Petrona es escéptica, sabe que ellos no tienen nada que ver en aquella disputa. Ella ha tomado partido por la conveniencia de recibir una recompensa por aquello. No se siente impelida por la idea de la lealtad y la ética. No puede haber regla moral hacia aquellos que te han maltratado.
La toma de partido ante esta situación la lleva a disputarse con Manuelote, quien continúa atado a la conciencia del deber ser. Manuelote mata a Petrona y se marcha en pos de Bolívar y del mundo nuevo que este promete. Este es el único camino que encuentra para apaciguar su conciencia.
César Rengifo retrata la psicología del rumor que crea la sociedad postcolonial en los negros. La abolición de la esclavitud genera dudas. En la calle se habla sobre el destino de la esclavitud. La sociedad está conmocionada con los nuevos preceptos. El miedo se apodera de los negros, el régimen esclavista se comienza a podrir, tener negros esclavos resultaba muy costoso. Rengifo nos presenta en los Cantos Amargos el estupor que sienten los negros ante la libertad.
De un empellón, las relaciones sociales cambian, la dialéctica del reconocimiento a la autoridad se ve interrumpida por la medida que ha tomado el gobierno al reformular las leyes. Un nuevo paréntesis se está abriendo en la sociedad venezolana, los viejos resentimientos afloran, el dolor empozado se manifiesta. El mundo empieza a cambiar de un día para otro en la sociedad venezolana. Los reclamos y propuestas de darle libertad a los esclavos se concretizan.
El teatro de Rengifo recoge las profundas modificaciones que sufre la estructura social venezolana, su obra da cuenta de la sensibilidad que hubo en la conquista, en la colonización y en la sociedad emancipada. César Rengifo, como muralista, nos deja el mural representativo de la memoria colectiva del pueblo Tamanaco, allí está Amalivaca. Este Dios, con su hermano Vochi, trata de reacomodar la geografía para hacer más placentera la vida de los indígenas Tamanacos. Después del diluvio que narran las historias tamanacas, solo queda una pareja de indígenas.
Amalivaca como Dios y como hombre da la orden de esparcir sobre las aguas del Orinoco el fruto del moriche y de allí vuelve a reproducirse la vida humana. Los Tamanacos existieron en el sur de Venezuela hasta el siglo XVIII, fueron diezmados por los españoles. Rengifo recrea con ese mural lo primigenio de ese hondo plexo que se ha llamado la venezolanidad. Rengifo aprendió en México que la obra de arte debe llegar a las grandes masas.
Las luchas de Venezuela no están circunscritas al país, sino que son las de América Latina, África, y cuanto país haya sido sacudido. El derecho a llevar una vida en libertad lo tienen todos los hombres. En Venezuela, en el siglo XIX, los movimientos insurreccionales contra el Rey empiezan a tomar fuerza. Los hombres saben que es arriesgarlo todo.
Los imaginarios colectivos empiezan a cambiar. Al momento insurreccional se suman las mujeres, los niños, los negros, los libertos, los discapacitados, los soldados. Nunca pudo aceptar César Rengifo el sentir de Muñeco, personaje que encarna la cultura petrolera “¡y al carajo ustedes, mozo, al carajo los indios, los conuqueros, al carajo todos! ¡Que avancen las torres y la plata y usted musiú! ¡Que avancen! ¡Yo los defiendo, carajo, porque yo amo el progreso!”
En la concepción de Rengifo y de Miguel Otero Silva, la cultura petrolera impuso el saqueo, la migración de pueblos que partían de su lar nativo en la búsqueda del sustento. Los hacendados vendieron sus haciendas a los gringos, se buscó el petróleo con frenesí afectando los ecosistemas milenarios, pueblos enteros desaparecieron luego de la sequía petrolera. La cultura del petróleo impuso en el país, como lo dijo el profesor Rodolfo Quintero, la exclusión, la prostitución, el asalto a las tradiciones culturales del pueblo, la ruptura de los ritmos de la naturaleza, en fin, la imposición de un sistema de valores que loa el desarrollismo.
guznelson@yahoo.es
ILUSTRACIÓN ETTEN CARVALLO 
05/11/13.

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