domingo, 21 de septiembre de 2014

El derecho divino al despilfarro William Serafino

La sequía global actual problematiza e impacta el consumo excesivo de agua en todo el mundo. La situación en Venezuela, en el marco de la guerra económica y mediática, forma parte de la producción industrial de “críticas”, suposiciones y exigencias de absoluta configuración clase media que la derecha proempresarial lanza al aire buscando con esto endilgarle a Maduro su culpabilidad directa con respecto al fenómeno climático: los racionamientos responden a la grave desinversión en la distribución de agua y no al consumo excesivo de la misma.

El que derrocha es el primer quejón

La distribución del agua expresa también la lucha de clases. Las zonas que planificó el capital para que habitaran los profesionales y gerentes medios de la naciente empresa capitalista venían, de antemano, equipadas con lo básico (acceso a electricidad, agua, seguridad, etc.) en desmedro de los grandes contingentes de pobres arrochelados en los cerros del valle caraqueño: subir el tobo por las empinadas escaleras fue la forma moderna de azotar al pueblo trabajador, haciéndole sentir en el lomo la condena del recurso vital, pensado y confiscado para el gozo de unos pocos.

Los derrochadores reclaman su derecho “natural” al despilfarro

Las zonas clase media de las principales ciudades del país son las primeras que se quejan cuando hay un racionamiento de agua. Cuando el Comandante, durante la sequía del año 2009, lanzó la lírica de la totuma no se hizo esperar el reclamo fashion y despilfarrador: esa vaina de bañarse con tobito es de pobres, la gente de bien está acostumbrada al agua caliente y a echarse 3 veces acondicionador.
Se fue solidificando, en el cerebro de los acomodados, el saqueo hídrico para emitir, en la oficina, bares y centros comerciales, los hedores del progreso.

Despilfarro y desigualdad

El despilfarro también expone una matriz económica y sociocultural sobre la desigualdad: los que derrochan hacen presencia y despuntan en el teatro de la competencia, mirando por encima del ojo a aquellos que hacen uso justo y preciso del recurso hídrico.
Si no atormentas por ahí con la incalculable cantidad de químicos para el cuidado personal se deja oler, sin mayor vacilación, en qué escala de la estratificación social capitalista te encuentras. El cuerpo del despilfarro funciona también como un mecanismo de exclusión por parte del sistema productivo de orientación inorgánica e improductiva.

¿Quiénes derrochan más? Algunos datos interesantes

Maracaibo es la ciudad en Venezuela con mayor consumo per cápita de agua. Aproximadamente de 600 a 800 litros por día. Las otras ciudades van por la misma cuenta. Ninguna baja de 500 litros por cabeza a diario.
Un grifo de fregadero goteando puede botar 47 litros de agua por día. Lavarse los dientes, con el placentero sonar del agua cayendo en el lavamanos, derrocha 4 litros. La poceta, por otro lado, si tiene algún bote desperdicia 1.000 litros por día. Y si cada vez que meas bajas la poceta porque si no huele a pulpería colonial botas 25 litros más. Si te gusta bañarte en la mañana y en la noche, para sacarte la mugre de la gente hedionda, botas 200 litros más.
Subir el tobo por las empinadas escaleras fue la forma moderna de azotar al pueblo trabajador, haciéndole sentir en el lomo la condena del recurso vital, pensado y confiscado para el gozo de unos pocos

El ciclo vital pequeñoburgués

Como decíamos al principio, las zonas que tienen flujo constante de agua son aquellas que planificó el capital urbano. Entonces, bajo este argumento incuestionable, ¿quién es el derrochador? Exactamente, el mismísimo clase media al que le da asco la totuma y el tobo: la cultura del derroche al ser justificación de lo insaciable plantea el saqueo como forma de vida.
Los acomodados de siempre exigen vaciar los embalses que haya que vaciar. Los datos interesantes del intertítulo anterior no es más que el ciclo vital cotidiano del pequeñoburgués que sufre al verse igualado con aquellos que, expropiados por la planificación urbana originaria, no mean por diversión ni ven como una necesidad humana el descanso nocturno acompañado del sintético y tóxico cuidado personal.

Los que ahorramos

El ahorro de las clases populares no responde ni al ambientalismo ni mucho menos a una conciencia superior sobre el consumo de agua. Esas apreciaciones pueden servir para aquellos que facturan pintando flores y rosas sobre lo de pinga que significa la pobreza.
El cálculo justo, preciso y exacto en el consumo de agua es consecuencia de la expropiación inicial que realizó el capitalismo. Ahorrar es una cuestión de supervivencia, esencial para mantener en orden la vida en familia. La igualdad y la conciencia de lo que nos es ausente configuran, a su vez, espacios de articulación de aquellos que nos reconocemos jodidos.

La lucha originaria

Estos espacios orgánicos de la necesidad son construcción activa de los procesos de cambio. No es casualidad que de las Mesas Técnicas de Agua hayan nacido los Consejos Comunales: y es así, lo que nos hace comunes nos compromete en la lucha por la vida en colectivo. Por eso vemos del otro lado cómo el máximo nivel organizativo son las juntas de condominio (pre-Congreso Ciudadano), dimensión organizativa de la privatización clase media que sólo se congrega cuando hay que reforzar la seguridad (poner cercos eléctricos o aumentar su voltaje) en los edificios: la pérdida de sus privilegios emana zozobra cotidiana aunque se bañen durante horas.
Migrar los recursos estatales (tuberías, tanques, saneamiento, etc.) hacia las comunidades populares, permitiendo el acceso no tortuoso y recurrente fortalece, desde el punto de vista político, el ahorro innato y primigenio: el protagonismo de la gente hace posible la satisfacción de esta necesidad vital pero desde lo junto, sin ínfulas ni aspiraciones de despilfarro.

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