miércoles, 26 de agosto de 2015

El cierre de frontera: recuperar la casa y nombrar la guerra

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Marco Teruggi/Resumen Latinoamericano, 26 de agosto de 2015 – Nadie saldrá de la casa tirando la llave a la alcantarilla para alejarse luego “triste, solitario y final”. No serán tomadas las habitaciones una a una como un silencio, una presencia invisible, como una pesadilla de Julio Cortázar donde nada se puede hacer, salvo la huida. Se trata y tratará justamente de lo contrario: de recuperar uno a uno los espacios perdidos, con política, diplomacia, operaciones especiales, pueblo, mucho pueblo.
Porque han ganado terreno, y no es una novedad. Los meses de guarimbas con sus relatos de violencia paramilitar en la frontera, los asesinatos de comuneros en Lara, de Robert Serra y María Herrera, el descuartizamiento de Liliana Hergueta, y las puertas que comenzaron a abrirse con la Operación de Liberación del Pueblo (OLP) son algunas de las fotografías de un escenario donde lo interno y lo externo están peligrosa y planificadamente cruzados.
Lo de afuera está dentro, ha sido inyectado, se ha adaptado y ha evolucionado, como lo hacen las formaciones de la derecha nacidas con el objetivo de asesinar a organizaciones, resistencias y revoluciones. Ésa es la génesis del paramilitarismo colombiano, así también del que actuó en Argentina en la antesala del golpe de Estado de 1976 —que luego se trasladó a Nicaragua para iniciar la formación de la contrarrevolución—, es el que comienza a desarrollarse en Paraguay, entrenado por los Ejércitos colombiano e israelí.
La derecha arma, transmite sus experiencias internacionalmente, perfecciona sus métodos y armamentos, y forma a sus propios cuadros locales: Lorent Gómez Saleh, Carlos Trejo, José Rafael Pérez Venta, para nombrar sólo a algunos de ellos, visibles, entre tantos —¿decenas, centenares, miles?— invisibles.
Entonces, el Gobierno nacional planificó su accionar: la OLP. Las respuestas comenzaron a aparecer rápidamente: San Félix y diversos intentos de saqueos organizados, y la emboscada al cabo primero Miguel Núñez y a los tenientes del Ejército Manuel Veloz Santaella y Alexis Rodríguez, en San Antonio del Táchira. La guerra desde dentro y fuera, multiplicada como golpes incendiarios locales, sin autores ideológicos responsabilizándose, negando la misma existencia de la guerra, que sin existir ocupa cada día más espacios.
Hasta que vino el cierre de la frontera: la ocupación del territorio propio, la excepción necesaria. Para frenar el avance, recuperar barrios, derechos, alimentos, gasolina, decomisar casas, explosivos, arrestar paramilitares, contrabandistas, y evidenciar la realidad de frontera que buscan expandir como ríos de peste.
Lo que emerge 
duele, tanto por la situación nacional como por la colombiana. Comencemos por “aquel lado”: 144.000 migrantes a Venezuela en el 2014, 121.834 en lo que va de 2015, como lo dio a conocer el presidente Nicolás Maduro: “El éxodo más grande que se da en el campo migratorio en el mundo”. Eso significa campesinos, pobres, familias enteras, perseguidos, huyendo de falsos positivos, masacres, extorsiones, desocupados, obligados a cruzar una frontera. Y esa cifra sólo contempla a quienes fueron legalmente registrados.
La situación de aquel lado asfixia, y no es nuevo: casi 6 millones de colombianos viviendo en Venezuela son la prueba de eso. ¿Quiénes son los culpables? Los mismos que hoy infiltran el país con paramilitares, instalaron siete bases del Ejército imperialista norteamericano en Colombia, persiguieron a 164 periodistas en el 2014, o asesinaron a 5.000 militantes de la Unión Patriótica, con Álvaro Uribe como cabeza actualmente visible —quien fue a Cúcuta a presentarse como salvador—. El enemigo es el mismo.
¿Cómo explicar que sean centenares de miles quienes vengan a Venezuela donde existe una guerra económica, colas y escasez organizada? ¿Será que aquí la situación no es como la cuenta CNN, El País y La Nación? ¿Qué hay de “aquel lado” que nadie cuenta? El cierre de frontera arrojó algunas imágenes: miles buscando cruzar para Táchira, desabastecimiento en Cúcuta, falta de gasolina, 17% de desocupación, abandono, y una economía inflada con alimentos venezolanos y casas de cambio criminales amparadas por el Banco Central de Colombia.
Junto a ello aparece en pantallas venezolanas algunas realidades del paramilitarismo de “este lado”: allí estuvo Jorge Arreaza enseñando explosivos, detonantes, armas, pasamontañas, logos paramilitares, la punta de algo inmenso. La guerra cobra imágenes, colores, responsables, se hace visible, existe.
Y con el cierre de la frontera comenzaron a llegar las voces narrando disminuciones de colas, aparición de productos que llevaban meses desaparecidos de los anaqueles, gasolina. La guerra económica tuvo desde el inicio uno de sus puntos críticos en Táchira, terminar con ese pase, por el tiempo que decida Nicolás Maduro, significa cortar con una sangría de día y noche, restablecer algunos niveles de abastecimiento necesario.
Un debate 
que viene emergiendo refiere al racismo, a la xenofobia, a la ruptura del proceso de acercamiento y reconocimiento con “el otro” que se había puesto en marcha con la Revolución Bolivariana, la deconstrucción de la balcanización del continente. Está en esquinas, en conversaciones en autobuses, colas, peligrosamente está, aunque Nicolás Maduro se encargue de aclarar y distinguir los diferentes niveles: el pueblo, el Gobierno, el paramilitarismo. Y seguramente también esté del lado colombiano.
Pero cuesta, son millones quienes construyen su interpretación de las cosas únicamente a través de los medios de comunicación, que forman su interpretación desde allí. Resulta suficiente con mirar un noticiero de Caracol para comprender cómo se reconstruye la realidad sobre un nacionalismo recortado, funcional a una polarización de bandera, sin contenido y, sobre todo, mentiroso e hipócrita.
O leer historias pasadas y presentes —como el caso de varios países europeos— para comprender cómo uno de los primeros emergentes en escenarios de dificultades económicas —y éste lo es debido a una dinámica marcada a fuego por la guerra en todos sus niveles— es la puesta del problema en quien viene de afuera. Y eso puede ser utilizado para ser exacerbado o trabajado en un sentido contrario, para continuar sobre el camino de la generosidad continental, las palabras de Hugo Chávez, la diferenciación de cada nivel, de los enemigos y los hermanos.
Existen otros debates presentes en el escenario actual, como, por ejemplo, la OLP y sus focos de golpe, es decir, su ausencia en zonas de clases altas —donde se encuentran ideólogos y financiadores—. Seguramente hayan otros, y no podría ser de otra manera: se están recuperando los espacios perdidos de la casa, volviendo a ingresar a territorios, edificios, contra una estructura que no es imaginaria, ni una sensación. Y eso es llevado adelante por diferentes actores, que no están exentos de fallas, contradicciones y errores, como la misma Revolución. Cómo articular esa dinámica con el Poder Popular podría ser una pregunta y necesidad pertinente, y lo que es seguro: la casa es nuestra y nadie tirará la llave a la alcantarilla para marcharse en silencio.

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