No
hay mejor regalo que un
libro. Es la oportunidad de brindar conocimientos, sabiduría.
En uno de mis
cumpleaños me obsequiaron Memoria del Fuego.
Nunca lo había leído. Allí descubrí nuevamente a Eduardo
Galeano, que con su
extraordinaria pluma, con su genio, nos brinda un relato vivo
y apasionado de
nuestra historia y nuestros orígenes. Este libro es parte
fundamental de la
construcción de nuestra identidad latinoamericana.
Memoria
del
Fuego
sigue en la línea de Las
Venas Abiertas de América Latina, pero se adentra en
ricos detalles y
anécdotas de nuestro devenir histórico, de los momentos más
trascendentales en
la construcción de nuestra cultura y de nuestra identidad.
Galeano no oculta su
clara intencionalidad de rescatar nuestra historia olvidada,
de redescubrir a
nuestros héroes, ponerlos de carne y hueso. También le pone
nombre y rostro a
los villanos, a los verdugos y traidores de los pueblos
latinoamericanos.
Galeano arranca certero en su puntería: “Nos
enseñaban el tiempo pasado para que nos resignáramos,
conciencias vaciadas, al
tiempo presente: no para hacer la historia, que ya estaba
hecha, sino para
aceptarla”.
Memoria
del
Fuego
es una trilogía
que se inicia con pasajes de nuestra América
precolombina, retrata todo el proceso de colonización,
saqueo y despojo; recorre
las luchas de independencia, y retrata los sucesos más
significativos hasta
llegar al siglo XX.
En
el primer libro de Memoria del Fuego, Los
Nacimientos, Galeano da
vida a nuestras voces indígenas y sus explicaciones
mágico-religiosas sobre la
creación del mundo y de todas las cosas que nos rodean. Como
señala la
mitología Makiritare: “Rompo este huevo y
nace la mujer y nace el hombre. Y juntos vivirán y morirán.
Pero nacerán
nuevamente. Nacerán y volverán a morir y otra vez nacerán. Y
nunca dejarán de
nacer, porque la muerte es mentira”. También ratifica
nuestra esencia, tal
como está delineada en el Popol Vuh: “Entonces los
dioses hicieron de maíz a las
madres y a los padres. Con maíz amarillo y maíz blanco
amasaron su carne. Las
mujeres y los hombres de maíz veían tanto como los dioses.
Su mirada se extendía
sobre el mundo entero. Los dioses echaron un vaho y les
dejaron los ojos
nublados para siempre, porque no querían que las personas
vieran más allá del
horizonte”.
Para
quebrar (y traumar) la
armonía de las sociedades indígenas llegó Colón en 1492,
cercenando su
desarrollo, costumbres y cultura. Colón solo venía a lo suyo y
se abalanzó sin
vergüenza a llevar los tesoros encontrados a sus flamantes
reyes (y
financistas): “Centellean sobre las
bandejas las piezas de oro que Colón cambió por espejitos y
bonetes colorados
en los remotos jardines recién brotados de la mar”. Por
tal grandioso
descubrimiento y tan noble proeza, “El
apoderado de Dios concede a perpetuidad todo lo que se haya
descubierto o se
descubra, al oeste de esa línea, a Isabel de Castilla y
Fernando de Aragón y a
sus herederos en el trono español”.
Luego
del “descubrimiento” Galeano
va tejiendo la crónica del despojo y el saqueo que el Reino de
España ejecutará
por siglos en estas tierras. Siempre con el mismo modus
operandi, “los perros clavarán sus dientes en la carne
desnuda de cincuenta indios de Panamá”. Eso sí, los
colonizadores españoles
son extremadamente respetuosos en cumplir las instrucciones
del Rey: “no se puede atacar a los indígenas sin requerir,
antes, su sometimiento”. Ante la evidente resistencia de
los pueblos
indígenas, todo es destrucción, muerte y saqueo. En carne
propia lo vivió el
emperador Moctezuma en 1519, creyendo que el conquistador
Hernán Cortés era el
dios Quetzalcóatl, lo “recibió” con
los brazos abiertos, terminando prisionero de los españoles,
apedreado por su
propio pueblo y ocasionando el fin del imperio azteca.
Ante
el horror del saqueo Fray
Bartolomé de Las Casas escribe en 1531 al Consejo
de Indias: “Más hubiera valido a los
indios, sostiene, irse al infierno con su infidelidad, su
poco a poco y a
solas, que ser salvados por los cristianos. Ya llegan al
cielo los alaridos de
tanta sangre humana derramada: los quemados vivos, asados en
parrillas, echados
a perros bravos”. Luego de décadas de muertes y con
total hipocresía el Papa
Paulo III (1537) pondrá compón con la bula Sublimis
Deus, donde “descubre que los indios
son seres humanos, dotados de alma y razón”. Claro,
nadie le parará por como
400 años. Pero los conquistadores no solo pretenden el saqueo
de las riquezas
materiales, también persiguen la destrucción de la cultura y
tradiciones
indígenas, por eso en 1562, “Fray Diego
de Landa arroja a las llamas, uno tras otro, los libros de
los mayas”.
A
la tragedia de los
indígenas americanos se le sumará la tragedia de los nativos
africanos, mano de
obra fuerte para las minas y los campos del régimen colonial.
Galeano señala
que “Han sido atrapados por las redes de
los cazadores y marchan hacia la costa, atados unos a otros
por el cuello,
mientras resuenan los tambores del dolor en las aldeas”.
El
Reino de España no está
solo en el saqueo de las riquezas de nuestro continente.
España concede, para
pagar sus deudas, derechos de exploración y explotación sobre
vastos
territorios a terceros países. El resto de los imperios crean
sus propias rutas comerciales, ya sea a través del
contrabando
y la piratería o a través de legítimos acuerdos comerciales.
Galeano retrata como
en 1669 “Las fragatas de Morgan rompen el
candado español a cañonazos y ganan la mar. Navegan repletas
de oro y joyas y
esclavos. A la sombra de los velámenes se alza Henry Morgan,
vestido de la
cabeza a los pies con el botín de Maracaibo”.
En
el segundo libro de Memoria del Fuego, Las
caras y las Máscaras,
Galeano retrata crudamente la insaciable búsqueda de oro, de
El Dorado, que más
bien “parece el nombre de una fosa sin ataúd
ni sudario”.
La
barbarie también ocurre contra
los indígenas del norte, los de Canadá y Estados Unidos, los
cuales son
despojados de sus tierras y riquezas. Perseguidos y
exterminados serán luego
confinados a las “reservaciones indias” (aún se utiliza el
peyorativo “servant nations”). Galeano también explica
cómo surge Estados Unidos: “Inglaterra
nunca ha prestado demasiada atención a sus trece colonias en
la costa atlántica
norteamericana. No tienen oro, ni plata, ni azúcar; nunca le
fueron imprescindibles…”.
Pero se sublevan y “se niegan a
seguir tributando obediencia y dinero al rey de una isla tan
lejana. Alzan
bandera propia, deciden llamarse Estados Unidos de América,
reniegan del té y
proclaman que el ron, producto nacional, es bebida
patriótica. Todos los hombres nacen iguales, dice
la declaración de independencia. Los esclavos, medio millón
de esclavos negros,
ni se enteran”.
En
medio de los relatos de
Galeano aparece Miranda. Y aparece Bolívar de la sabia mano
del maestro Simón Rodríguez,
el cual le habla de “libertad, igualdad,
fraternidad”.
En
1803
se dará la independencia de Haití, que ha derrotado al
“invencible” ejército de
Napoleón Bonaparte. A partir de allí, los gritos de
independencia se expandirán
como reguero de pólvora por todo el continente. Galeano señala
la circunstancia
histórica: “Los criollos desconocen el
trono que José Bonaparte, hermano de Napoleón, ocupa en
Madrid. Asombrosamente,
el ronco grito de la libertad ha brotado de esta boca
acostumbrada al latín en
tono de falsete. En seguida le hacen eco La Paz y Quito y
Buenos Aires. Al
norte, en México”.
Se
iniciará
un largo y sangriento camino para conquistar la independencia.
Luego
de la independencia y
a la muerte de Bolívar en 1830, es inocultable la continuidad
del intervencionismo
imperial. Ya no tiene mando el derrotado Reino de España.
Ahora es Estados
Unidos, el naciente imperio, el que desplegará todas sus
garras para dominarnos.
Así, al morir Bolívar “El cónsul
norteamericano en La Guaira, J. G. Williamson, anunció la
separación de Venezuela
y el fin de los aranceles que no convienen a los Estados
Unidos”. Estados Unidos
no detendrá nunca sus ansias expansionistas, por eso Galeano
retrata sus trofeos
de guerra: el despojo a México de la mitad de su territorio y
las distintas
invasiones a Nicaragua, Cuba y Guatemala.
Pero
nuestra América parirá
hijos que le darán luz y resistirán por siempre ante los
opresores. Allí está Martí,
que lleno de pasión señala: “hay otra
América, nuestra América, tierra que balbucea, que no
reconoce su completo
rostro en el espejo europeo ni en el norteamericano. Es la
patria
hispanoamericana, dice, que reclama a Cuba para completarse
con ella, mientras
en el norte la reclaman para devorarla. Los intereses de una
y otra América, no
coinciden”.
En
el tercer libro de Memoria del Fuego, El siglo
del Viento,
Galeano arranca el siglo XX con un extenso retrato de la
llegada de la “modernidad”.
Las máquinas, la electricidad y la industrialización no
trajeron consigo ni la
liberación del hombre ni la independencia de los pueblos.
Hasta en el propio
seno del imperio norteamericano el poder político sucumbe ante
el poder
empresarial (o se transmutan en un solo monstruo), así, “los
Estados Unidos pertenecen a los monopolios, y los monopolios
a un
puñado de hombres, pero multitudes de obreros acuden desde
Europa, año tras
año, llamados por las sirenas de las fábricas, y durmiendo
en cubierta sueñan
que se harán millonarios no bien salten sobre los muelles de
Nueva York. En la
edad industrial, El Dorado está en los Estados Unidos; y los
Estados Unidos son
América”.
Para
imponer su dominio
Estados Unidos bandea el garrote, “América
para los Americanos”, como señala la Doctrina Monroe.
Por vía de la
coacción diplomática o por vía de la violencia y las armas
Estados Unidos siempre
impondrá su ley. El caso más ejemplar de principios de siglo
lo constituyó el
Canal de Panamá, allí Galeano reseña como “los
Estados Unidos han decidido concluir el canal y quedarse con
él. Hay un
inconveniente: Colombia no está de acuerdo y Panamá es una
provincia de
Colombia. En Washington, el senador Hanna aconseja esperar,
debido a la
naturaleza de los animales con los que estamos tratando,
pero el presidente Teddy
Roosevelt no cree en la paciencia. Roosevelt envía unos
cuantos marines y hace
la independencia de Panamá”.
Dándole
dignidad a estas
tierras, se levantan cientos de hombres y mujeres de nuestra
américa en lucha por
la libertad de sus pueblos. Es una lucha desigual contra
opresores, oligarquías,
transnacionales y botas yanquis. Están allí retratadas por
Galeano las
valerosas luchas de Villa, Zapata y Sandino. Está Mariátegui,
como un faro de
luz. Camilo Torres. Perón y Evita. La valentía de Omar
Torrijos. Están
retratados los tres balazos sobre el cuerpo de Jorge Eliécer
Gaitán, que
desataron con El Bogotazo más de
medio siglo de violencia y muerte. Está la heroica lucha del
pueblo cubano con
Fidel, Camilo Cienfuegos y el Ché. La masacre contra los
estudiantes en
Tlatelolco. El martirio de Salvador Allende y las luchas de
las Madres de Plaza
de Mayo. El asesinato de Monseñor Romero. Las luchas del
Frente Sandinista de
Liberación Nacional, con Carlos Fonseca, Tomás Borges y Daniel
Ortega a la
cabeza. Y finaliza retratando las expresiones de
neocolonialismo como en la Guerra
de Las Malvinas.
Leer
Memoria del Fuego es leer la historia de nuestra
América, la que está
oculta bajo la historia oficial, la no contada en los libros
cortados a retazos
por las oligarquías dominantes. Galeano ha registrado y
compilado magistralmente
lo que por décadas se ha mantenido oculto y olvidado. El poder
del establishment
para dominarnos por ignorancia, por el desconocimiento de
nuestras gestas y
luchas heroicas. Al leer esta historia viva, alimentamos
nuestra conciencia,
para mantenernos en pie de lucha e impedir todo tipo de
injusticia y opresión sobre
los pueblos.
Richard
Canan
Sociólogo
@richardcanan
No hay comentarios:
Publicar un comentario