Ante el declive de la fiesta brava, es en México donde
quieren recuperarla. Hay que salvar la fiesta brava. Necesitamos
recuperar su mexicanidad Hay que salvarla. Necesitamos un
ídolo mandón para que no muera. Y eso que reconocen que la fiesta
nacional roza la Arena. “Desde hace años ya no hay figuras del toreo.
Los toros ya no dan las medidas ni el peso ideal para las corridas. La
misma fiesta se está muriendo en su propio marasmo“, declara Arturo
López Negrete, "El Bardo de la Taurina". Y agrega: La fiesta brava está
privilegiada por el torero, el toro y el público, aseguró. López
Negrete es uno de los personajes más conocidos y mejor informados sobre
el tema taurino, que aún hoy en día levanta pasiones y opiniones
divergentes. “Ahora los toreros antes de partir plaza se saludan de
besito y uno a otro se preguntan, ¿qué perfume de Chanel traes? y el
otro le responde, lo nuevo que traigo es sólo la última función de mi
Ipod... ¡Esa es la rivalidad que ahora hay entre los toreros!”, dice
López Negrete y suelta la carcajada... “Los apoderados también son ya
figuras en extinción“, remata. Durante la tradicional sesión-comida en
el club de periodistas "Primera Plana", el columnista del periódico La
Prensa, reconoce con toda seriedad y admiración que
Mario Moreno
"Cantinflas" fue uno de los dos toreros más grandes que ha tenido
México. Un grande para la fiesta brava con su ganadería,
afirma. A Arturo no le gusta que lo llamen por su nombre, prefiere ser
reconocido como "El Bardo de la Taurina". No creo en Dios, -dice- ni en
la Virgen de Guadalupe, porque no creo en lo que no veo. Desde hace 30
años no tengo que adorar e idolatrar a nadie. A pregunta expresa, sobre
la importación de toros, explica que hay que mejorar las razas que
tenemos en México. Se requiere de sangre nueva. Sería benéfico para la
fiesta brava. ¿Y sobre los "toros de regalo"?, se le inquirió. -Estoy
totalmente de acuerdo. Es una forma de darle al público un espectáculo
extra. Hay que recordar que los trofeos son las orejas y hay que
buscarlas. En otra de sus facetas, Arturo López siempre ha estado ligado
al ámbito que lo apasiona. Escribió el libro: “Silverio Pérez, diamante
del redondel” y su obra fue a la propia mano por el Rey Juan Carlos de
España. En ese 2014 será presentada su más reciente obra “Muerte de un
Forcado” y está por concluir su libro: “Agustín Lara, andanzas de
pasodobles”.
Quizás sea sintomático lo ocurrido en una plaza andaluza, cuando dos
activistas antitaurinos saltaron al ruedo en protesta contra la
salvajada que tiene lugar en la arena. Los empleados de los toreros se
toman la justicia por su mano y agreden violentamente a los
antitaurinos. La Policía identifica a los agresores y retiene a los
activistas. Los animalistas alaban su intervención y denuncian a las
cuadrillas de los toreros y a los empleados de la plaza. Uno de los
toreros incluso se encaró a los agentes por la pasividad con que habían
actuado contra los jóvenes y protestó por la posible sanción que
recibirán sus empleados. Esa son las cosas que-de aquí en adelante-se
podrán contemplar en los cosos taurinos españoles. El espectáculo pudo
haber sido aún peor si alguien deja escapar a un toro, para que separara
a los contendores. Y peor todavía si hubiera dado una cornada a un
torero y no a un animalista.
Durante el siglo XIX, bajo el mandato de Restauración absolutista de
Fernando VII, las corridas de toros empezaron a calar entre las clases
más acomodadas. Fue entonces cuando se abrió la primera escuela de
tauromaquia, justo en la misma época en la cual la monarquía
absolutista, un sistema ya caduco en la Europa del XIX, que había
ordenad la clausura de las universidades españolas.
Esta
fue una de las épocas más nefastas de la Historia de España, justo en la
que las corridas de toros progresivamente se convirtieron en el
desahogo de las muchas frustraciones de los españoles. El animal se
convertía en la víctima en la que descargar toda la vileza y agresividad
humana, porque los franceses no estaban pero sí el ejército español.
En
1936 en Sevilla al lado del no menos bárbaro general Queipo de Llano,
recién llegado de África, Franco hizó por primera vez los colores de la
monarquía declarándolos bandera nacional. Y poco después con motivo de
las corridas de la maestranza proclamó los toros como “Fiesta Nacional
de España”.
Otra barbarie elevada a la categoría de
fiesta nacional, nombre que le gustaba al generalísimo y así llamó
“Fiesta Nacional” al 18 de Julio, al Día de Santiago, al Día del
Caudillo, a La inmaculada Concepción, al Estudiante Caído, San José, la
Unificación, el día de la Independencia, al día de José Antonio, y otros
muchos.
Con los años la fiesta de los toros dejó de ser brava y
se hizo exclusivamente nacional, nombre que resistió hasta la muerte de
su fundador, que en vida asistía a las corridas más anunciadas, como la
feria de San Isidro y las de la Salve en San Sebastián.
Y
el rey Juan Carlos no le quitó titulares a la fiesta porque si él
encarnaba a la nación, la fiesta brava era nacional. Resultó ser más
vulnerable. Es cierto que siempre hubo un sector de la prensa, de la
sociedad y del taurinismo, muy sesgados ideológicamente, que prefirieron
etiquetar a la tauromaquia con el rótulo de fiesta nacional.
Pero la pujanza de este espectáculo y su vigencia como fenómeno de
masas, solo se produce si el toreo se manifiesta como una expresión
artística capaz de transmitir emoción a los tendidos y, más allá de los
ruedos, capaz de calar en el tejido social, generando entusiasmo popular
y levantando pasiones y polémicas, pero eso hace tiempo que murió y hoy
hasta Ernest Hemingway habría dejado la afición. La condición de Brava
esta es la que el aficionado auténtico y fiel ha venido denominando
fiesta brava, condición que solo adquiere cuando, la casta y la bravura
siguen siendo su propia esencia.
El declive en picado se notó
cuando el toro comenzó a perder casta y bravura, lo cual no ocurrió por
arte de magia, ni por los animalistas. Tampoco sucedió como consecuencia
de una mutación genética espontánea, sino a causa de las manipulación
en su cría y selección al servicio de los intereses mercantiles de las
grandes (??) figuras del toreo que no existían y de sus apoderados
egoístas. El interés popular por los toros se empezó a notar hasta en
las grandes ferias. Lo de los abonos se notó en las taquillas de los
pueblos, solo mitigada por el riego de las subvenciones públicas, que
dieron lugar a una fiesta subsidiada y engañosa.
Uno de los grupos
que más apoya las corridas de toros es la industria del turismo. Los
agentes de viaje y los promotores de las corridas de toros describen la
lucha como una competencia festiva y justa. Lo que ellos no revelan es
que los toros nunca tienen la posibilidad de defenderse, y mucho menos
de sobrevivir.
El rey Juan Carlos fue siempre un gran aficionado a los toros que no se perdió una sola corrida
Muchos
ex-toreros reconocidos han informado que a los toros se los debilita
intencionalmente golpeándolos en los riñones y colgándoles pesas
alrededor del cuello durante varias semanas antes de la lucha.
La
Fundación Brigitte Bardot, un grupo francés que se opone a las corridas
de toros, describe otros métodos utilizados para el debilitamiento de
los toros: "La mayoría de las veces los animales entran al ruedo ciegos
porque se los deja en la oscuridad durante 48 horas" antes del
enfrentamiento. "Luego la gente golpea con bolsas de arena la cabeza del
animal—por mucho tiempo y violentamente—para privar al toro de sus
sentidos..."
Una práctica habitual es "rasurar" los cuernos de
los toros serruchándoles algunas pulgadas. Los cuernos de los toros, al
igual que los bigotes de los gatos, ayudan a los animales a orientarse,
con lo cual un cambio repentino altera su coordinación.
El rasurar es una práctica ilegal. Por ello, a veces, después de la
corrida un veterinario examina los cuernos del toro. Sin embargo, en
1997 la Confederación de Profesionales de Corridas de Toros, incluyendo
230 matadores de España, realizaron una huelga en oposición a dichas
inspecciones veterinarias. Los manifestantes reclamaban que los
veterinarios no tenían la "experiencia suficiente" para examinar a los
toros. No obstante, muchos reconocen esto como otros de los aspectos de
la corrupción que se infiltra en un negocio que proporciona a cada uno
de los matadores profesionales más de US$ 1 millón al año. En 1996
España registró un total de 1.400 millones de dólares en la venta de
entradas.
La crisis hizo casi lo demás: se disminuyeron las subvenciones
municipales y el apoyo de las televisiones. Los festejos han disminuido
enormemente durante los últimos años y han sido sustituidos por los
encierros populares con muchos heridos y hasta muertos por asta de toro
bravo porque ahora los ganaderos tienen que colocar los toros de lidia
en esos encierros, que son más bien para los jóvenes encerronas.
La evidente anemia que comenzó a sufrir la fiesta al dejar de ser
brava, ha facilitado las enfermedades oportunistas. Y la peor enfermedad
social y política, el patriotismo nacional, ha invadido el tejido
taurino hasta amenazar su existencia misma. Al menos tal y como lo han
conocido los aficionados que ya tienen cierta experiencia.
Atacaron entonces las autonomías catalana, vasca y canaria.
Con argumentos y estrategias ecologistas y defensoras del pobre animal
prohibieron en muchas ciudades la fiesta, esencialmente, por española.
La respuesta del nacionalismo español, a base de declarar bien de
interés cultural a la tauromaquia, no deja de ser una vitamina muy poco
eficaz. Con la abdicación del rey Juan Carlos, ni se notó. El sigue fiel
a la fiesta, que es lo único que preside.
Con subrayar y potenciar su carácter nacional no es suficiente.
Porque el valor que le daba fortaleza e integridad, la bravura, ya ha
sido socavado desde dentro de la misma. Por los propios taurinos y sus
intereses. Así desarticularon el vigor y el entusiasmo que la sustentaba
desde las bases de la sociedad.
Quizá sea demasiado tarde. Ya no vale una simple declaración oficial
que subraye su españolidad. Desaparecida la fiesta brava solo queda la
fiesta nacional. En torno a ella se profundizan las hostilidades entre
los nacionalismos y el rancio nacionalismo español, que solo nos ofrece
un banderín de enganche incondicional a un espectáculo adulterado y en
declive. El buen aficionado español clásico siente desolación y tristeza
porque presiente que la batalla está perdida.
Haría falta resucitar la verdadera fiesta brava y los mexicanos están
dispuestos a salvarla! ¡Que se la lleven! Queda poco margen para salvar
lo que se hunde. Se alegrarán quienes vean terminarse un espectáculo
cruel.