Ya es un lugar común decir que en política los errores se pagan caros, pues en el caso de Capriles Radonski este aforismo adquiere una efectiva materialidad que cada día se hace más ostensible a saber de los últimos acontecimientos que se han sucedido en el seno del campo opositor venezolano.
Capriles viene, de ser, de ungido de todos los factores de poder que pretendiendo acabar con el Proyecto político bolivariano habían logrado conformar un amplio espectro opositor, a una expresión desvalida de sólo una parte de los electores y grupos que se oponen al chavismo. Y estamos apenas a pocos meses de cuando hubo el acuerdo unánime en la ahora desvalida MUD de que el excandidato presidencial ejerciera la jefatura del comando de campaña nacional de los candidatos opositores a las distintas alcaldías del país; todavía en ese momento gozaba del reconocimiento de ser el depositario de la confianza de un poco más de siete millones de venezolanos que creyeron que él representaba el camino para cambiar, por la vía constitucional, la orientación que ha venido llevando el país desde el momento en que el Comandante Chávez asumió su conducción.
Vapores de la fantasía
Pero transcurrido poco tiempo, aquel reconocimiento se ha desvanecido cual vapores de la fantasía, como dijera el gran poeta cumanés, siendo ello el resultado de las inconsecuencias de un Capriles que no supo estar a las alturas de la responsabilidad que el momento histórico le imponía.
A Capriles, o mejor, al equipo que lo circunda o asesora, le faltó capacidad para visionar el rol que le correspondía jugar en la presente coyuntura nacional, lamentablemente, más pudo la desesperación y el oportunismo de la clase social que representa, la burguesía parasitaria, ávida como está de retornar al poder, que la lectura sensata de la realidad política del país que, a ojos vistos, señalaba la conveniencia de continuar en el proceso de acumulación de fuerzas en el marco democrático pautado por la Constitución.
Cuando en abril del 2013, en vez de reconocer el triunfo legítimo de Nicolás Maduro y colocarse al frente de esa gran fuerza opositora que lo había respaldado, erigiéndose en un conductor real de masas, llamó, irresponsablemente, a drenar la arrechera; inducción a sus seguidores, que ocasionó la muerte de 11 compatriotas y daños al patrimonio público, manteniendo al país en una constante zozobra, utilizando, además, sus contactos con la derecha internacional y la mediática transnacional, para someter al gobierno bolivariano, y en su defecto, a la nación venezolana, a una desmedida campaña de descrédito y de intento de aislamiento, que, por supuesto, fracasó estruendosamente.
Continuando en su error político, insistió, en querer convertir las elecciones municipales de diciembre en un plebiscito, de tal manera, que, en base a los resultados que esperaba, exigir la renuncia del gobierno nacional que hasta ese momento desconocía. La realidad le volvió a dar un mentís a sus apreciaciones, el triunfo bolivariano fue apabullante (11 puntos de diferencia en la sumatoria de los votos a nivel nacional).
Con esa derrota, no le quedó más remedio que asistir, a regañadientes, a la convocatoria que formulara el Presidente Nicolás Maduro a los gobernadores al Palacio de Miraflores y, aceptar, de hecho, la legitimidad del gobierno constitucional. Con ese paso, si bien, forzado por las circunstancias, Capriles, comenzaba a moverse en la dirección correcta, apuntando a la estabilidad política necesaria para abordar los grandes problemas del país, tal cual, como ha sido el predicamento del gobierno bolivariano.
Locura fascista
Pero, allí surgió la locura reflejada en los ojos y en la destemplanza de Leopoldo López, María Machado y Antonio Ledezma, quienes, siguiendo el dictamen de círculos imperiales estadounidenses, y revestidos de la consabida prepotencia burguesa, plantearon, con bolas de torero pero sin el apresto requerido, la Salida ya del gobierno, dentro de un plan insurreccional que pretendía incendiar el país si Nicolás Maduro no renunciaba al ejercicio Presidencial ; como que si el pueblo bolivariano y la FANB no tuvieran vela en ese entierro.
Fueron meses de angustia, terror, muerte, zozobra, afectación de la psiquis colectiva y la generación de cuantiosos daños al patrimonio público y ambiental. Pero, igual resultaron derrotados, ampliamente derrotados, con la sabia conducción de la dirección política bolivariana en este difícil trance en que los grupos fascistas colocaron a la República.
Oportunismo seductor
Pues bien, cuál fue la conducta de Capriles ante este episodio bochornoso de los ultra radicales de la derecha venezolana, veamos: en las primeras de cambio, sostuvo, muy discretamente, que esta iniciativa estaba condenada a fracasar porque no tenía respaldo popular, mientras, a medida que avanzaron los acontecimientos y tomaron cuerpo las acciones guarimbéricas e insurreccionales, en algunas localidades puntuales del país, mantuvo la oportunista posición de defensa del derecho a la protesta como que si lo que estaba presenciando y viviendo el país era una protesta pacífica y constitucional y no la agresión de unos desaforados fascistas que más bien le conculcaban sus derechos a los ciudadanos, en especial, a los propios opositores ya que era en zonas residenciales habitadas mayormente por estos sectores donde se desarrollaban tales acciones; y, luego, cuando ya era ostensible el fracaso de la intentona insurreccional, salió manifestando su rechazo a las guarimbas. Más ambigüedad, imposible; lo sedujo el oportunismo.
El resultado de esta equivocada conducción, es lo que estamos viendo, en estos momentos: una MUD, fracturada en toletes y con varios aspirantes a suplantar al desvanecido Capriles, quien ya no goza del consenso opositor. Ah, como complemento, la gobernación mirandina incumpliendo con sus funciones porque su titular ha estado, en otros espacios, poniendo la torta. Un liderazgo madurado con carburo no cuaja.