jueves, 10 de septiembre de 2015

Elevado a la categoría de Fiesta Nacional por el propio Franco en Sevilla 1936 la fiesta brava ha ido decayendo y se encuentra en la arena. Ahora los aficionados de México quieren salvarla y pone como ejemplo su historia en la tauromaquia internacional


Ante el declive de la fiesta brava, es en México donde quieren recuperarla. Hay que salvar la fiesta brava. Necesitamos recuperar su mexicanidad  Hay que salvarla. Necesitamos un ídolo mandón para que no muera. Y eso que reconocen que la fiesta nacional roza la Arena. “Desde hace años ya no hay figuras del toreo. Los toros ya no dan las medidas ni el peso ideal para las corridas. La misma fiesta se está muriendo en su propio marasmo“, declara Arturo López Negrete, "El Bardo de la Taurina". Y agrega: La fiesta brava está privilegiada por el torero, el toro y el público, aseguró.  López Negrete es uno de los personajes más conocidos y mejor informados sobre el tema taurino, que aún hoy en día levanta pasiones y opiniones divergentes. “Ahora los toreros antes de partir plaza se saludan de besito y uno a otro se preguntan, ¿qué perfume de Chanel traes? y el otro le responde, lo nuevo que traigo es sólo la última función de mi Ipod... ¡Esa es la rivalidad que ahora hay entre los toreros!”, dice López Negrete y suelta la carcajada... “Los apoderados también son ya figuras en extinción“, remata. Durante la tradicional sesión-comida en el club de periodistas "Primera Plana", el columnista del periódico La Prensa, reconoce con toda seriedad y admiración que Mario Moreno "Cantinflas" fue uno de los dos toreros más grandes que ha tenido México. Un grande para la fiesta brava con su ganadería, afirma. A Arturo no le gusta que lo llamen por su nombre, prefiere ser reconocido como "El Bardo de la Taurina". No creo en Dios, -dice- ni en la Virgen de Guadalupe, porque no creo en lo que no veo. Desde hace 30 años no tengo que adorar e idolatrar a nadie. A pregunta expresa, sobre la importación de toros, explica que hay que mejorar las razas que tenemos en México. Se requiere de sangre nueva. Sería benéfico para la fiesta brava. ¿Y sobre los "toros de regalo"?, se le inquirió. -Estoy totalmente de acuerdo. Es una forma de darle al público un espectáculo extra. Hay que recordar que los trofeos son las orejas y hay que buscarlas. En otra de sus facetas, Arturo López siempre ha estado ligado al ámbito que lo apasiona. Escribió el libro: “Silverio Pérez, diamante del redondel” y su obra fue a la propia mano por el Rey Juan Carlos de España. En ese 2014 será presentada su más reciente obra “Muerte de un Forcado” y está por concluir su libro: “Agustín Lara, andanzas de pasodobles”.
Quizás sea sintomático lo ocurrido en una plaza andaluza, cuando dos activistas antitaurinos saltaron al ruedo en protesta contra la salvajada que tiene lugar en la arena. Los empleados de los toreros se toman la justicia por su mano y agreden violentamente a los antitaurinos. La Policía identifica a los agresores y retiene a los activistas. Los animalistas alaban su intervención y denuncian a las cuadrillas de los toreros y a los empleados de la plaza. Uno de los toreros incluso se encaró a los agentes por la pasividad con que habían actuado contra los jóvenes y protestó por la posible sanción que recibirán sus empleados. Esa son las cosas que-de aquí en adelante-se podrán contemplar en los cosos taurinos españoles. El espectáculo pudo haber sido aún peor si alguien deja escapar a un toro, para que separara a los contendores. Y peor todavía si hubiera dado una cornada a un torero y no a un animalista.
Durante el siglo XIX, bajo el mandato de Restauración absolutista de Fernando VII, las corridas de toros empezaron a calar entre las clases  más acomodadas. Fue entonces cuando se abrió la primera escuela de tauromaquia, justo en la misma época en la cual la monarquía absolutista, un sistema ya caduco en la Europa del XIX, que había ordenad la clausura de las universidades españolas.

Esta fue una de las épocas más nefastas de la Historia de España, justo en la que las corridas de toros progresivamente se convirtieron en el desahogo de las muchas frustraciones de los españoles. El animal se convertía en la víctima en la que descargar toda la vileza y agresividad humana, porque los franceses no estaban pero sí el ejército español.

En 1936 en Sevilla al lado del no menos bárbaro general Queipo de Llano, recién llegado de África, Franco hizó por primera vez los colores de la monarquía declarándolos bandera nacional. Y poco después con motivo de las corridas de la maestranza proclamó los toros como “Fiesta Nacional de España”.
Otra barbarie elevada a la categoría de fiesta nacional, nombre que le gustaba al generalísimo y así llamó “Fiesta Nacional” al 18 de Julio, al Día de Santiago, al Día del Caudillo, a La inmaculada Concepción, al Estudiante Caído, San José, la Unificación, el día de la Independencia, al día de José Antonio, y otros muchos.
Con los años la fiesta de los toros dejó de ser brava y se hizo exclusivamente nacional, nombre que resistió hasta la muerte de su fundador, que en vida asistía a las corridas más anunciadas, como la feria de San Isidro y las de la Salve en San Sebastián.

Y el rey Juan Carlos no le quitó titulares a la fiesta porque si él encarnaba a la nación, la fiesta brava era nacional.  Resultó ser más vulnerable. Es cierto que siempre hubo un sector de la prensa, de la sociedad y del taurinismo, muy sesgados ideológicamente, que prefirieron etiquetar a la tauromaquia con el rótulo de fiesta nacional. Pero la pujanza de este espectáculo y su vigencia como fenómeno de masas, solo se produce si el toreo se manifiesta como una expresión artística capaz de transmitir emoción a los tendidos y, más allá de los ruedos, capaz de calar en el tejido social, generando entusiasmo popular y levantando pasiones y polémicas, pero eso hace tiempo que murió y hoy hasta Ernest Hemingway habría dejado la afición. La condición de Brava esta es la que el aficionado auténtico y fiel ha venido denominando fiesta brava, condición que solo adquiere cuando, la casta y la bravura siguen siendo su propia esencia.
El declive en picado se notó cuando el toro comenzó a perder casta y bravura, lo cual no ocurrió por arte de magia, ni por los animalistas. Tampoco sucedió como consecuencia de una mutación genética espontánea, sino a causa de las manipulación en su cría y selección al servicio de los intereses mercantiles de las grandes (??) figuras del toreo que no existían y de sus apoderados egoístas. El interés popular por los toros se empezó a notar hasta en las grandes ferias. Lo de los abonos se notó en las taquillas de los pueblos, solo mitigada por el riego de las subvenciones públicas, que dieron lugar a una fiesta subsidiada y engañosa.
Uno de los grupos que más apoya las corridas de toros es la industria del turismo. Los agentes de viaje y los promotores de las corridas de toros describen la lucha como una competencia festiva y justa. Lo que ellos no revelan es que los toros nunca tienen la posibilidad de defenderse, y mucho menos de sobrevivir.
El rey Juan Carlos fue siempre un gran aficionado a los toros que no se perdió una sola corrida
Muchos ex-toreros reconocidos han informado que a los toros se los debilita intencionalmente golpeándolos en los riñones y colgándoles pesas alrededor del cuello durante varias semanas antes de la lucha.
La Fundación Brigitte Bardot, un grupo francés que se opone a las corridas de toros, describe otros métodos utilizados para el debilitamiento de los toros: "La mayoría de las veces los animales entran al ruedo ciegos porque se los deja en la oscuridad durante 48 horas" antes del enfrentamiento. "Luego la gente golpea con bolsas de arena la cabeza del animal—por mucho tiempo y violentamente—para privar al toro de sus sentidos..."
Una práctica habitual es "rasurar" los cuernos de los toros serruchándoles algunas pulgadas. Los cuernos de los toros, al igual que los bigotes de los gatos, ayudan a los animales a orientarse, con lo cual un cambio repentino altera su coordinación.
El rasurar es una práctica ilegal. Por ello, a veces, después de la corrida un veterinario examina los cuernos del toro. Sin embargo, en 1997 la Confederación de Profesionales de Corridas de Toros, incluyendo 230 matadores de España, realizaron una huelga en oposición a dichas inspecciones veterinarias. Los manifestantes reclamaban que los veterinarios no tenían la "experiencia suficiente" para examinar a los toros. No obstante, muchos reconocen esto como otros de los aspectos de la corrupción que se infiltra en un negocio que proporciona a cada uno de los matadores profesionales más de US$ 1 millón al año. En 1996 España registró un total de  1.400 millones de dólares en la venta de entradas.

La crisis hizo casi lo demás: se disminuyeron las subvenciones municipales y el apoyo de las televisiones. Los festejos han disminuido enormemente durante los últimos años y han sido sustituidos por los encierros populares con muchos heridos y hasta muertos por asta de toro bravo porque ahora los ganaderos tienen que colocar los toros de lidia en esos encierros, que son más bien para los jóvenes encerronas.
La evidente anemia que comenzó a sufrir la fiesta al dejar de ser brava, ha facilitado las enfermedades oportunistas. Y la peor enfermedad social y política, el patriotismo nacional, ha invadido el tejido taurino hasta amenazar su existencia misma. Al menos tal y como lo han conocido los aficionados que ya tienen cierta experiencia.
Atacaron entonces las autonomías catalana, vasca y canaria. Con argumentos y estrategias ecologistas y defensoras del pobre animal prohibieron en muchas ciudades la fiesta, esencialmente, por española. La respuesta del nacionalismo español, a base de declarar bien de interés cultural a la tauromaquia, no deja de ser una vitamina muy poco eficaz. Con la abdicación del rey Juan Carlos, ni se notó. El sigue fiel a la fiesta, que es lo único que preside.
Con subrayar y potenciar su carácter nacional no es suficiente. Porque el valor que le daba fortaleza e integridad, la bravura, ya ha sido socavado desde dentro de la misma. Por los propios taurinos y sus intereses. Así desarticularon el vigor y el entusiasmo que la sustentaba desde las bases de la sociedad.
Quizá sea demasiado tarde. Ya no vale una simple declaración oficial que subraye su españolidad. Desaparecida la fiesta brava solo queda la fiesta nacional. En torno a ella se profundizan las hostilidades entre los nacionalismos  y el rancio nacionalismo español, que solo nos ofrece un banderín de enganche incondicional a un espectáculo adulterado y en declive. El buen aficionado español clásico siente desolación y tristeza porque presiente que la batalla está perdida.
Haría falta resucitar la verdadera fiesta brava y los mexicanos están dispuestos a salvarla! ¡Que se la lleven! Queda poco margen para salvar lo que se hunde. Se alegrarán quienes vean terminarse un espectáculo cruel.

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