La presidenta acaba de ratificar su liderazgo de manera categórica con la exhortación al “baño de humildad” de los presidenciables justicialistas. Rápidamente la nutrida interna se simplificó y todo indica que quedará entre Scioli y Randazzo. A esta altura está claro que al menos hasta el 10 de diciembre manda Cristina. Después habrá que ver.
En la fotografía de hoy la hipótesis más probable es que el Frente para la Victoria (FPV) gane las elecciones, y que su interna se decante en buena medida a favor de Scioli. Este escenario factible ya abrió el debate sobre la continuidad de la conducción de Cristina post 2015.
Quienes creen que no existe el liderazgo político más allá del manejo de los recursos del Estado subestiman un elemento: en la democracia todos los votos valen uno y Cristina cuenta con un caudal electoral mayor al de cualquier otro.
¿Decir esto implica que en los hechos su salida del gobierno no tendrá consecuencias? Sin dudas no. Pero no parece haber razones para que en ese escenario sus sucesores busquen una rápida ruptura con una gobernante que tras ocho años se retira con altos índices de respaldo popular. Siguiendo con esa hipótesis, tampoco tiene mucho sentido imaginar que la presidenta busque esa distancia, ante un gobierno recién electo como continuidad del propio.
Sería una situación inédita, en estos 30 años de democracia, que la principal figura de la política argentina esté fuera del Poder Ejecutivo. Pero al menos se pueden puntualizar dos peligros a evitar en los análisis: por un lado subestimar su liderazgo, por otro minimizar la transición política en curso y los cambios que determinará. El país será distinto después de 2015.
Polarización en el FPV y giro conservador
La interna del FPV quedó polarizada. Scioli tiende a mostrarse como la opción ganadora, de una continuidad moderada, apelando a un voto que apueste a conservar las mejoras materiales de estos años y a la vez a una modificación del estilo de la gestión. Sabe que está en condiciones de alcanzar una mayoría social con esa propuesta. Su adversario es el macrismo y de él hablará casi exclusivamente a lo largo de estos meses.
Randazzo, por la fuerza de las cosas, busca aparecer como un sucesor fiel del kirchnerismo puro. Asocia a Scioli con los intereses de los grupos economicos concentrados y lo equipara con Macri y Massa. Es un discurso para minorías, que no puede ganar. Pero no tiene mucho márgen para otra cosa. Su función es contener en la interna del FPV a los votantes identificados con las banderas más progresistas de la gestión kirchnerista.
Es decir que más allá de la retórica circunstancial que adquieran los candidatos, la interna del FPV forma parte del giro conservador que vive la política de nuestro país.
La épica militante
La politización de la sociedad y, lógicamente en mayor medida de sus sectores juveniles, es uno de los fenómenos más progresivos de estos años. Se muestra con mucha fuerza al interior del kirchnerismo, con su máxima expresión en el surgimiento y crecimiento de La Cámpora, el Movimiento Evita, Nuevo Encuentro y otras corrientes. Pero aunque tenga menos prensa lo trasciende largamente: especialmente en las izquierdas hubo un gran crecimiento de la militancia juvenil durante estos años.
Si bien no se puede decir que la politización sea un resultado exclusivo de la prédica presidencial, es evidente que Cristina y Néstor Kirchner la estimularon. Promovieron un ambiente político que motivó a adherir o rechazar sus políticas, a organizarse, movilizarse, opinar, odiar, amar. Sobre todo construyeron una épica de la militancia: “Hace falta el compromiso para enfrentar a las corporaciones”, y enlazaron la actualidad con una lectura de la tradición nacional y popular, de manera que el compromiso presente tenga densidad histórica.
Cristina es una presidenta militante, un animal político. También Néstor Kirchner lo era. Así como Alfonsín. A diferencia de ellos, Scioli y Macri representan a quienes llegaron a la política desde afuera, reivindicando esa alteridad, en este caso desde el empresariado y el deporte. No son militantes, sino administradores del Estado. Hacen pie en la “cercanía” de la gente, se presentan como “personas como uno”. Su estrella polar es la gestión, “desprovista de ideología”, para solucionar “los problemas de las personas comunes”. Son políticos de la antipolítica.
Por supuesto, si bien este carácter los iguala, al mismo tiempo se puede y debe diferenciar entre lo que sería un gobierno de uno o de otro. Pero en cualquier caso es difícil imaginar una continuidad de la épica militante creada en estos años.
¿El giro conservador conducirá a un ambiente de resignación y desilución? ¿En un regreso a sus hogares de los miles que ejercieron en estos años un compromiso con la vida pública? ¿Qué pasará con las organizaciones militantes surgidas en estos años? ¿Quedará La Cámpora, ejemplo por antonomasia, reducida a un grupo de funcionarios estatales en busca de éxito profesional? ¿Habrá un pasaje a un ánimo de “resistencia” de porciones de las personas movilizadas? ¿Qué simbolizará la figura de Cristina en esta nueva etapa?
En perspectiva histórica los pisos de politización de nuestro pueblo se elevaron y eso es un gran avance, más allá de las marchas y contramarchas. Al mismo tiempo, todo indica que el 2015 nos invitará a reflexionar sobre las razones por las que la experiencia política kirchnerista transita hacia una transición conservadora.
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