Historia de las costumbres
Desde la Mesoamérica de hace 10.000 años hasta la región de Pecaya, en nuestro estado Falcón, la planta y la bebida del cocuy han sido parte de las tradiciones de miles de hombres y mujeres indoamericanos.
El cocuy, planta prodigiosa de la que se produce un finísimo licor y de la que además se extrae la fibra del “dispopo” para elaborar diversos tipos de tejidos —entre ellos hamacas, calzados, bolsos, sogas, etc.—, fue descubierta por nuestros aborígenes. En su proceso de convivencia armoniosa con su ecosistema, aprendieron a utilizar el cocuy, también llamado “cocuiza” o “maguey” por los distintos cronistas y viajeros que se deleitaron con la riqueza de opciones que la planta ofrecía: “Ésta es útil y buena hierba, porque se hace de ella muchas cosas: lo uno hácese hilo o cuerdas y sogas […] ; lo otro, de la corteza de aquella vara que nace en la mitad, se hacen cestas y atan con ella lo que quieren y demás de esto. En tiempos de necesidad, a falta de maíz y cazabe y de otros mantenimientos, es manjar para suplir el hambre, y no de mal sabor”. (Gonzalo Fernández de Oviedo: Historia General y Natural de las Indias).
Se calcula que la relación del hombre con el cocuy comenzó en Mesoamérica alrededor de 9.000 a 10.000 años antes de nuestra era, con el asentamiento e inicio de la agricultura. Diversos autores estiman que, junto a las caraotas y el maíz, el cocuy fue seguramente una de las primeras especies culturales en la región de Centroamérica. Algunos cronistas y viajeros atribuyen principalmente a los Gayones, y en algunos casos a los Jirajaras, Caquetíos y Ayamanes, el uso del cocuy para fines medicinales, religiosos y artesanales. Nos relata Miguel Acosta Saignes, a su vez citando a un cronista, que el maguey era utilizado como bebida espirituosa y estupefaciente por los chamanes de estas tribus, con el fin de “transportarse” a zonas no accesibles al entendimiento del hombre común.
El árbol de las maravillas
El cocuy o “árbol de las maravillas”, así llamado por Joseph de Acosta en 1590, es una especie vegetal con un alto poder de tolerancia al estrés ambiental de las zonas áridas. En condiciones naturales, generalmente en laderas, la especie se encuentra siempre asociada a la vegetación arbórea, lo cual aporta sombra a la planta y favorece la acumulación de carbohidratos en sus hojas. El cocuy nace por medio de la flor y no se siembra: nace sólo en forma silvestre.
Las plantas son robustas, con raíces fibrosas y ramificadas que se insertan en un tallo muy corto, del cual nacen hojas carnosas y lanceoladas, de 60 a 90 centímetros de largo, y entre 20 a 25 centímetros de ancho, dispuestas en forma de roseta. Tardan hasta ocho años en crecer y florecen una sola vez durante toda su vida. La flor se levanta desde el centro y alcanza hasta 6 metros de altura. Se le llama “maguey”, y es de allí de donde se extrae la fibra del dispopo, se hacen encurtidos y tejidos diversos.
Sin duda la importancia de esta planta debe haber sido inmensa entre nuestros antepasados, pues muchos de los más importantes cronistas de la época no cesan de alabar sus virtudes y su innegable versatilidad. Así, Pedro Gutiérrez de Santa Clara (citado por Ramón Querales, historiador y cronista larense) expresa que “ …todo lo que la naturaleza pudo dar para vivir y aprovechar al genero humano lo puso en esta planta, así para vestir y calzar, comer y beber, como para la salud de los hombres…” Igual fascinación declara Galeotto Cey: “…y si no hubiese esta hierba, no sé cómo habría yo hecho, que es un gran recurso para quien va por aquellos países.” (Galeotto Cey: Viaje y descripción de las Indias).
El licor del cocuy: alquimia indígena e hispánica
En otra parte de sus memorias, Galeotto Cey relata el proceso de hacer bebida fermentada, denominando “cocuiza” a la planta a partir de la cual era obtenida: “Licor beben aquellas gentes, porque agua nunca la ven ni la tienen. [Los cogollos] allí los dejan cocer y estofar, después los sacan y los comen, que eso les sirve de pan y llámase cocuy…”
La elaboracion de alcoholes destilados para el consumo humano se remonta a la fecha de la creación de la Capitanía General de Venezuela (1777). Para fines del siglo XVII o comienzos del XVIII, los españoles introducen el alambique. Hasta ese momento, el proceso de fabricación de la bebida se limitaba a “machacar” las hojas entre dos piedras, para elaborar una especie de “chicha”, que se dejaba macerar durante algunos días hasta su fermentación: “Exprimidas estas pencas, dan caldo, muy fino aguardiente y muy medicinal…” El aporte español perfeccionó la técnica de extracción del espíritu del cocuy.
En la actualidad, el proceso de elaboración del cocuy es una tarea ardua y compleja. Se inicia cuando el campesino, al despuntar el día, selecciona las plantas de agave silvestre que han tardado alrededor de ocho años para llegar a su plena maduración. Una vez desenterrada la planta, se cortan sus hojas o “pencas” para dejar la parte central, interna, llamada “piña”, al descubierto. Las piñas se colocan en un horno, fabricado cerca del sitio de cosecha del agave. Este horno consiste en un hoyo cavado en el suelo, de dimensiones de un metro de profundidad por 2.5 metros de diámetro. Dentro de él se introducen pedazos de madera (generalmente de cují), que, luego de ser encendidos y convertidos en brasas, son cubiertos con rocas calizas, que refractan el calor y al mismo tiempo evitan que los tizones toquen las piñas.
Seguidamente, las piñas son amontonadas sobre las rocas, en forma de pirámide, llegando a alcanzar hasta dos metros de altura. Las pencas de la planta, que se han cortado previamente, sirven ahora para cubrir la pirámide. Luego se cubre todo con arena. Cinco días después, se desentierran las piñas y se procede a trasladarlas, a lomo de burro, hasta las inmediaciones del alambique o serpentín. Las piñas horneadas se pican en trozos, luego se lavan y se trituran con un mazo para lograr su maceración. Cada lote macerado es lavado de nuevo, almacenado en sacos de fique para proceder al prensado de las piñas y de esta manera obtener el jugo, denominado “vinaza”. Este jugo se deja fermentar durante cinco días en “pipas” o tambores. El producto fermentado, llamado “mosto” y de unos 5 grados alcohólicos, será llevado al alambique para su posterior destilación.
Es fácil adivinar que el cocuy realmente puro termina siendo muy costoso. De allí que en algunas partes se le haga “rendir”, agregándole melaza o papelón, o incluso agua. Los estudios recientes señalan que en la actualidad, de la producción total semanal del licor a base de cocuy, el 60% aproximadamente es una mezcla de cocuy con papelón o azúcar, un 36% está hecho solamente con agua y melaza —mal llamado cocuy— y un mínimo 4% es cuanto sale de cocuy puro. Nuestros abuelos decían que el mejor cocuy era “el 7 por 8” (56 grados alcohólicos).
El cocuy en la medicina tradicional
Ya en l548, destacaba Galeotto Cey que “a quien no tiene costumbre, comiéndolo y tomando agua después, le afloja el vientre admirablemente”, para señalar las propiedades laxantes de la planta. Esta es tal vez una de las primeras referencias históricas a sus propiedades medicinales. Actualmente se le atribuyen cualidades como vasodilatador periférico, o en masajes —utilizando el primer cocuy que sale en la destilación—, así como en el tratamiento de problemas articulares, introduciendo una “culebra ciega” en el destilado.
En la tradición de los campesinos de Lara y Falcón existe también el preparado conocido como “bálsamo”, que no es otra cosa que el cocuy mezclado con diversas yerbas y “montes” embotellado en vidrio.
Cuenta también la tradición oral que en la epidemia de cólera que sacudió al país en 1856, muchos fueron los que lograron salvarse gracias al cocuy.
Pensando en lo ecológico…
Se debe destacar, además, que en el proceso de la elaboración del licor de cocuy se recurre a la leña procedente del cují, especie arbórea más frecuente en un área tan desértica como Pecaya. Esta leña es tal vez la principal fuente del destilado. El caso es que estudios realizados en torno a este aspecto, han detectado la muerte de enormes cantidades de árboles de cují —una de las pocas que sobreviven en estas áreas semidesérticas—, como consecuencia de la excesiva cantidad de madera necesaria para hornear las pencas y completar el trabajo de fabricación del cocuy. Esto contribuye al aumento de la desertificación de un espacio ya bastante agredido naturalmente.
Texto de la Revista Memorias de Venezuela año 2011.
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