Las investigaciones sobre el cannabis, la droga ilegal más consumida del mundo, han descubierto sus propiedades terapéuticas, pero también su lado tóxico. Ahora, un nuevo trabajo realizado por un grupo internacional de científicos liderado por Madeline Meier, de la Universidad de Duke, ha llegado a la conclusión de que el uso persistente de marihuana durante la adolescencia daña de forma duradera la inteligencia, la memoria y la capacidad de atención.
En concreto, el estudio, que se acaba de publicar en la revista PNAS, descubrió que las personas que comenzaron a fumar cannabis antes de los 18 años llegaron a perder, en el caso de los consumidores más empedernidos, hasta ocho puntos de cociente intelectual cuando se compararon los resultados de sus tests de inteligencia a los 13 y a los 38 años de edad. Además, los autores del artículo señalan que abandonar el consumo no sirvió para revertir la pérdida por completo. No obstante, consideran que se necesitan más estudios para determinar si esta pérdida de capacidades relacionadas con el cannabis son o no reversibles.
Aunque la pérdida de ocho puntos de cociente intelectual puede no parecer muy grande en una escala en la que 100 es la media, Meier recuerda que “un mayor cociente intelectual está relacionado con una mayor educación e ingresos y con una vida mejor y más sana”. “Alguien que pierde ocho puntos de cociente intelectual como adolescente se verá en desventaja frente a la gente de su edad en el futuro”, añade.
“El estudio viene a confirmar algunas cuestiones que ya se sospechaban y apoya la idea de que el cerebro en maduración, tanto física como emocional, es mucho más susceptible al cannabis que el de una persona adulta”, explica Manuel Guzmán, catedrático de Bioquímica y Biología Molecular en la Universidad Complutense de Madrid y presidente de la Sociedad Española de Investigación sobre Cannabinoides. “Por eso, desde el punto de vista de la salud pública, aun con las limitaciones que tienen estos estudios, la conclusión más evidente es trabajar para que el inicio en el uso de este tipo de sustancias se alargue los más posible”, afirma. Guzmán puntualiza también que esta vulnerabilidad no se circunscribe al cannabis sino que se puede aplicar a otras drogas como el alcohol.
Los investigadores señalan que los daños se producen porque el cannabis produce cambios en el cerebro en una etapa en la que precisamente está experimentando numerosas transformaciones. La pubertad es un periodo de desarrollo crítico, que se caracteriza por la maduración de las neuronas y los sistemas de neurotransmisión, y por procesos de reorganización que hacen especialmente vulnerable el cerebro adolescente.
Veintisiete años de estudio
Para alcanzar sus conclusiones, los investigadores estudiaron a un grupo de 1.037 individuos de la localidad neozelandesa de Dunedin a lo largo de toda su vida. Les sometieron a pruebas neuropsicológicas en 1985 y 1986 antes de que hubiesen empezado a fumar marihuana y los tests se repitieron entre 2010 y 2012 cuando algunos de ellos ya la consumían de forma persistente. Este grupo estaba formado por alrededor de un 5% de los individuos, entre los que fueron considerados como dependientes de la marihuana (que mantienen el uso pese a problemas familiares, sociales o de salud significativos) o la fumaban más de una vez a la semana antes de cumplir 18 años.
En estos tests, cuando los participantes en el estudio tenían 38 años, se evaluó su memoria, su velocidad para procesar información y su capacidad de razonar. Las personas que fumaron marihuana de forma persistente durante su adolescencia tuvieron resultados significativamente peores en la mayoría de los exámenes. Además, los investigadores entrevistaron a amigos y parientes para conocer su percepción sobre los fumadores. Una mayoría aseguraba que los consumidores de cannabis tenían problemas de memoria y atención.
Este tipo de estudios presentan la limitación de que, entre otras cosas, solo encuentran una asociación entre el uso de cannabis y la disminución del cociente intelectual. Los propios autores reconocen en el artículo que publican en PNAS que, pese a la solidez de sus hallazgos, podría existir una “tercera” variable desconocida que explicase los resultados del estudio.
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