La Casa Blanca dijo el martes que Venezuela no representa amenaza alguna pero que así reza el texto del formato utilizado para elaborar las órdenes ejecutivas que permiten al presidente Barack Obama imponer sanciones a entidades extranjeras.
Al congelar los bienes que en territorio estadounidense posean siete funcionarios venezolanos acusados de violar derechos humanos, Washington declaró el mes pasado a Venezuela una "amenaza extraordinaria e inusual", lo que ha generado un rechazo mayoritario en el hemisferio.
Ben Rhodes, asesor presidencial sobre Seguridad Nacional, dijo durante una teleconferencia que el texto de la resolución ejecutiva "es completamente proforma, es el texto que usamos en órdenes ejecutivas para todo el planeta".
"Estados Unidos no cree que Venezuela representa alguna amenaza a nuestra seguridad nacional. Honestamente, tenemos un formato con el que elaboramos nuestras órdenes ejecutivas", agregó durante una conferencia telefónica.
Fue el primer comentario que emitió el gobierno norteamericano que contradice directamente el texto de su orden ejecutiva.
¿Tendrá un chance el diálogo en Panamá?
Las banderas ondean. Las delegaciones corren de reunión en reunión. Los gobiernos apuran agendas, los cancilleres corrigen declaraciones, mientras los pueblos esperan que esta vez en Panamá no ocurra lo que ya hace 189 años pasó en el suelo ístmico.
Todos los ingredientes están servidos para que esta vez la posibilidad de un diálogo de iguales sea posible, que esta vez las Américas -ahora sí completas, con la bienvenida a Cuba- puedan sentarse a conversar sobre sus múltiples diferencias, pero principalmente sobre sus muchas y maravillosas coincidencias.
La reunión tiene lugar en el momento preciso, en el lugar indicado y en el tiempo perfecto. No hay homogeneidad ideológica en América Latina, pero hay conciencia clara de que una nueva era ha nacido y que la inmensa región que comparte las mismas culturas, el mismo idioma y los mismos sueños no está dispuesta a volver a quedar relegada en la historia de las naciones.
Así que por primera vez los países de la América joven y mestiza le han subido el volumen a su voz hasta lograr que su gran vecino del Norte llegue a su casa a escuchar, por primera vez, muchas de las cosas que necesariamente no quisiera oír.
Obama llegará a Panamá con muchas ventajas, pero por primera vez, con demasiadas e incómodas posturas. Los pequeños vecinos aplicaron la vieja y conocida fórmula de juntos somos más y la Casa Blanca no tuvo otra alternativa más que admitir su profunda decepción, por ejemplo, por la extrema solidaridad que el continente mostró alrededor de Venezuela y el inmenso rechazo que su decreto tuvo entre sus colegas de la comarca.
La razón: América Latina desea respeto. No niega problemas, pero no está dispuesta a aceptar injerencias, órdenes, tareas...Por eso nadie podía creer que luego del increíble paso que Washington, gracias a la mediación del Vaticano, había dado en diciembre del año pasado, al flexibilizar sus agrias relaciones con Cuba, preparándose precisamente para esta cumbre en la que estaba cantada la participación de la Antilla, haya tenido el poco tino de retroceder tanto en las relaciones con uno de sus históricos proveedores de crudo: Venezuela.
El ensayo -que según el Gobierno nacional no es sino la demostración fidedigna de la intención del “imperio” de “torcerle el brazo”- salió mal en muy variadas maneras. Si esperaba acompañamiento, se quedó solo; si deseaba revueltas internas, se quedó esperando; si pensaba atemorizar al Gobierno, por el contrario, le dio más energía y un nuevo aire que difícilmente hubiera tenido de no haber sido por la “orden ejecutiva” emanada por el despacho de Obama. ¡Qué ironía!
Pero Panamá es una oportunidad en todos los sentidos. Es una oportunidad para el diálogo sincero, para compartir las ideas, para soñar y comenzar a armar otro tipo de relaciones en el nuevo continente. El estreno de Raúl Castro en este foro le dará un carácter histórico a este encuentro. Cuba tiene mucho que decir a la región sobre equidad, seguro tendrá mucho que escuchar. En la isla existe mucha expectativa por una posible reunión entre Obama y Raúl, pero fundamentalmente sobre si ello incidirá en que, por fin, el largo e inútil bloqueo económico de EE UU a La Habana concluya.
El tema tiene tantos adeptos en Latinoamérica, como detractores en Estados Unidos, lo que coloca al primer afroamericano en presidir a los norteamericanos, en una difícil situación como para añadirle más fuego a la hoguera. Por eso, inteligentemente decidió bajarle el tono a su retórica contra Venezuela, y desea llegar a la cita con un ambiente menos hostil para él. Venezuela y su presidente Nicolás Maduro no perdieron la oportunidad que les brindó Obama para encabezar una cruzada en contra del injerencismo y el neocolonialismo que, quiéralo o no la Casa Blanca, cuenta con muchos adeptos, no solo dentro del país, sino alrededor del mundo.
Para salir de esa telaraña de consignas y de batallas ideológicas, la Cumbre de las Américas tiene el deber de abrirle la puerta al diálogo franco, honesto y decidido. Si eso resulta así, el encuentro será un éxito, una cumbre para el recuerdo, para las enciclopedias y los libros de historia, si no, si sucumben ante la tentación de la sumisión o de la confrontación inútil, será otra oportunidad perdida, otra esperanza arrojada al despeñadero y una nueva traición a los pueblos que desean que esa larga tradición de desigualdad y pobreza se reviertan de una vez y para siempre, con nuevos paradigmas de integración y cooperación entre los pueblos y sus gobierno
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