Por: Earle Herrera
Languidecía mayo de 2014. Venezuela
lloraba los 43 muertos de las guarimbas, mientras sus familiares
iniciaban un peregrinaje que los poderes fácticos –medios, CIDH, CEV- se
negaban a ver y oír. A la violencia derrotada en sus propios predios,
la sobrevivía la más colosal campaña mediática internacional que contra
país alguno se haya desatado. Del otro lado del Atlántico, el diario El País, de Madrid, recogía el pánico de la vieja clase dirigente española ante lo que llamaron “el avance del chavismo en Europa”.
Vamos, tampoco era el fantasma que Marx y
Engels avistaron recorriendo al viejo continente a mediados del siglo
XIX, pero si era (es) la misma burguesía con su misma paranoia frente al
menor despertar de los pueblos, por distantes que estuvieran. Felipe
González tocó las trompetas de la alarma. El vocero de los
explotadores, El País, así lo registró: “El expresidente del
Gobierno Felipe González ha mostrado este miércoles su temor ante la
‘catástrofe’ que supondría para España y para Europa que prendan
‘alternativas bolivarianas influidas por algunos utopías regresivas’”.
Cuando te vas quedando detenido, crees que son los demás los que
retroceden.
González acotó que si llegaba esa
“catástrofe”, él tendría el consuelo de decir: “yo ya lo dije”. No se
quedó en el consuelo y decidió crear el desesperado “Club de Madrid”,
suerte de cartel de expresidentes cuyo objetivo sería matar la culebra
por la cabeza. ¿Y dónde está la cabeza catastrófica? Pues en Venezuela y
la encarna el chavismo. El selecto club encontró financiamiento para
que sus miembros iniciaran las cruzadas hacia la patria de Bolívar y
Chávez. Así recaló por aquí González. Así se marchó, entre el fracaso y
la pena.
La “alternativa bolivariana” a la que
tanto temen los clubistas madrileños extiende su “utopía” por Grecia,
Turquía y la misma España. Las clases amenazadas, como caballeros
medioevales, salen a combatir al enemigo en la lejana Venezuela. El
último cruzado fue Felipe González, quien obsesionado con Chávez y el
chavismo, avanza sin notar que lo hace hacia su propia catástrofe
personal, como un Chacumbele sevillano.
Por: Earle Herrera / earlejh@hotmail.com
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