El poeta y revolucionario soviético
Vladimir Vladimirovitj Majakovskij decía que “Fascismo es hambre,
fascismo es terror, fascismo es guerra”.
El día 21 de mayo de 2015 Anaís
López publicó un artículo donde acuñó muy acertadamente el término
“paramilitarólogos” refiriéndose a los opinadores de oficio que repiten
como loros lo ya dicho sobre el paramilitarismo, y el supuesto vínculo
indisoluble que hay entre éste y la población colombiana que reside en
la República Bolivariana de Venezuela. Muy pertinente el artículo de la
compañera, quien reacciona frente a la campaña xenófoba que está en
auge, impulsada incluso desde importantes figuras del chavismo, el
gobierno y el Estado venezolano.
El mismo presidente Nicolás Maduro hizo un llamado a los colombianos
residentes en Venezuela para que nos manifestáramos frente a la “llegada
del paramilitarismo”, como si eso fuera un naciente fenómeno, o
dependiera de quienes, en muchos casos han salido de Colombia,
justamente, huyendo de la barbarie paramilitar. También se han escuchado
otras voces, como por ejemplo la del compañero Diosdado Cabello,
presidente de la Asamblea Nacional quien amenazó con deportar a miles de
colombianos, lo cual no sería una repatriación, sino por el contrario,
otro destierro.
En la alocución del día 13 de julio el presidente Nicolás Maduro anunció la puesta en marcha del Operativo de Liberación y Protección al Pueblo (OLP), el cual ha arrojado importantes resultados. Los medios de comunicación registraron poco después un importante golpe contra el paramilitarismo en San Casimiro (Edo. Aragua) y la ciudad de Caracas. El saldo de la acción policial dejó 14 presuntos delincuentes muertos y, más de un centenar y medio de detenidos, entre los cuales hay por lo menos 50 de nacionalidad colombiana. Saludamos con beneplácito las acciones que el gobierno nacional adelanta contra las estructuras criminales que desestabilizan a esta, nuestra querida segunda Patria.
El compañero Nicolás Maduro, ha pedido “…el acompañamiento de la gente, del pueblo” en esta campaña contra las expresiones criminales. Nosotros, colombianos y venezolanos organizados en Marcha Patriótica Capítulo Venezuela apoyamos decididamente estas acciones, pero nos preocupa que la consigna de lucha contra el “paramilitarismo colombiano”, termine siendo, por falta de claridad, una campaña en contra de nuestros connacionales.
Frente al avance del paramilitarismo en territorio venezolano y la campaña anti colombiana, vemos necesario aportar algunos elementos a la discusión. Es innegable que el fenómeno paramilitar en Venezuela, está estrechamente ligado al que viene de Colombia, pero no es un asunto que tenga que ver con la nacionalidad; es, más bien, una política de dominación imperial que ha alcanzado mayores desarrollos en Colombia, como respuesta a la irreductible tradición de lucha y resistencia del pueblo colombiano.
Vale la pena decir que solamente el Comisionado Presidencial para la Transformación Policial y miembro de la Dirección Nacional del PSUV, ciudadano Freddy Bernal, tácita y tímidamente ha reconocido que el fenómeno paramilitar es supra nacional, o, lo que es lo mismo, que existen paramilitares criollos:
“Y cuando hablamos de paramilitares no nos referimos exclusivamente al accionar de agentes venidos de países foráneos. Por supuesto, que podrán importarse métodos y maneras de actuar, copiando la demencial experiencia del crimen organizado y la parapolítica colombiana, un ejemplo cercano entre otros, pero el caldo de cultivo, la base social y las condiciones objetivas para que se desarrolle dependen en buena medida de la dinámica nacional (www.aporrea.org)”
Proponemos empezar a darle un poco de seriedad y rigurosidad al debate, y en ese sentido es bueno recordar que “el gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa” (Marx, 1848) ¿Y por qué citar a Marx si vamos a hablar de paramilitarismo en Venezuela? Pues porque se supone que el Proceso Bolivariano está por la construcción del Socialismo. Así lo reiteró el pueblo venezolano cuando votó, mayoritariamente dos veces por la propuesta del Comandante Chávez quien dijo en la presentación del Plan de la Patria: “Éste es un programa de transición al socialismo y de radicalización de la democracia participativa y protagónica” (Chávez Frías, 2012) y es muy difícil hablar de socialismo sin remitirse a Marx y el proceso de lucha de clases, eso sería tanto como hablar de cristianismo sin remitirse a la Biblia.
Continuemos. Si vemos al Estado como el aparato para administrar los negocios de la clase dominante, podemos empezar a entender un poco el paramilitarismo, su surgimiento y su accionar independientemente del Estado-Nación en que lo ubiquemos.
Etimológicamente hablando, paramilitar hace referencia a un cuerpo armado, generalmente de carácter clandestino, irregular e ilegal (aunque hay casos en que es reglamentado y se le da status legal como el caso de las CONVIVIR en Colombia), y que tiene vínculos con el aparato militar del Estado. Los grupos paramilitares se dedican básicamente a hacer el “trabajo sucio” que los ejércitos regulares y los organismos policiales (defensores del Estado), no pueden hacer por estar sujetos a la ley.
En la historia contamos varios casos de estos grupos, como por ejemplo Las Camisas Negras que apoyaron el régimen de Mussolini en Italia, Las Camisas Pardas en la Alemania Nazi, en Kenia los Homes Guards, la Triple A de Argentina, el Comando Caza Tupamaros de Uruguay, las Rondas Campesinas y Urbanas del Perú, los GAL que se conformaron para supuestamente combatir a ETA en la década de los 80s, las PAC en Guatemala y El Salvador, la famosa Contra nicaragüense, o los nuevos los grupos de Chiapas (México), Máscara Roja, Paz y Justicia y Los Chinchulines. Obviamente, también los tristemente célebres paramilitares en Colombia, los cuales han tenido muchas denominaciones desde mediados del siglo pasado: se han llamado Pájaros, Chulavitas, AUC, AUCC, MAS, Águilas Negras, Rastrojos, 12 Apóstoles, CONVIVIR, Urabeños etc. En términos generales, estos grupos siguen siendo un oscuro apéndice de la oligarquía colombiana, en la implementación de una política criminal contra cualquier oposición política que amenace cambiar el statu quo.
En Nuestra América, a partir de la conformación de la OEA y la puesta en marcha de su política anticomunista, enmarcada en la Guerra Fría pero que a 25 años de la caída del Muro de Berlín sigue incólume, se auspiciaron golpes de estado, procesos de franco exterminio de las fuerzas políticas revolucionarias y antimperialistas, torturas, desapariciones y todo tipo de crímenes de estado. Dicha política anticomunista no es otra cosa que una expresión de la lucha ideológica, de la lucha de clases.
El proceso de lucha de clases es permanente en todos los espacios de la sociedad moderna, y los países de Nuestra América, independientemente de qué tan avanzados sean sus desarrollos políticos, no son ajenos a esta realidad. “…en el mundo industrial el carácter específico de la opresión económica que pesa sobre el proletariado no se manifiesta en todo su rigor sino una vez suprimidos todos los privilegios legales de la clase de los capitalistas y jurídicamente establecida la plena igualdad de las dos clases. La república democrática no suprime el antagonismo entre las dos clases; por el contrario, no hace más que suministrar el terreno en que se lleva a su término la lucha por resolver este antagonismo” (Engels, 1884) pero cuando la clase dominante no puede dirimir los antagonismos por medio de los aparatos legales del estado (leyes, policía, escuela, iglesia etc.), aparece en escena el verdadero carácter criminal del opresor bajo su forma más retardataria: el fascismo, el cual arremete en un desesperado intento por mantener los privilegios de la burguesía en decadencia.
Al enfatizar que el estado es el aparato de dominación de clase, -en nuestro caso la clase burguesa-, veremos el papel que juegan la industria, los medios de masivos de comunicación, la cultura oficial, las iglesias, los centros educativos, los entes legisladores y administradores de justicia, el ejército, y las fuerzas policivas y de seguridad en la reproducción social de la fuerza de trabajo. Si entendemos el ejército como uno de los tantos componentes del Estado, el cual está concebido para garantizar la perpetuación del mismo, y el paramilitarismo como una fuerza para-militar, es decir paralela al aparato militar del Estado, que opera en coordinación con las fuerzas regulares del ejército o la policía, pero dedicada a hacer “el trabajo sucio”, podríamos remitirnos en Colombia, por ejemplo, a la tristemente famosa Policía Chulavita, o Los Pájaros, que a mediados del siglo pasado sembraron el terror y la muerte en los campos colombianos en nombre de las “sanas costumbres”, es decir, las costumbres del gobierno conservador, la iglesia católica y los terratenientes.
Esos grupos paramilitares, hijos bastardos del Estado colombiano, han mutado hasta convertirse en una fuerza determinante en la vida nacional, con poderosos tentáculos políticos y económicos que han logrado extenderse más allá de las fronteras nacionales. Ligados a toda clase de actividades ilegales como el narcotráfico, el secuestro, el cobro de vacunas, prostitución infantil, micro tráfico de drogas alucinógenas, sicariato, etc., sus actividades criminales no son, ni mucho menos, prueba de pérdida de su identidad política y de clase; todo lo contrario, son la expresión pura de la ideología burguesa. La alianza entre los capos del cartel de Medellín y los paramilitares para exterminar al Partido Comunista Colombiano y la Unión Patriótica en el Urabá antioqueño y los cerros de Medellín, es solo una prueba de ello. También el surgimiento del MAS (Muerte A Secuestradores) gracias a los capos del cartel de Cali y miembros del Ejército colombiano dan cuenta de la ideología determinante en ambos casos. Más recientemente, podemos ver el escándalo por el uso que se le dio al “desaparecido” DAS (Departamento Administrativo de Seguridad) como fuente de información de inteligencia para las AUC (Autodefensas Unidas de Colombia), en los gobiernos de Álvaro Uribe Vélez.
El pueblo colombiano ha sufrido y resistido por más de 60 años la barbarie paramilitar. Opciones políticas legales, democráticas, populares, con fuerte apoyo de masas como la Unión Patriótica y A Luchar han sido exterminadas bajo la criminal política de “Lucha contra el enemigo interno” orientada desde EE.UU. Millones de desplazados por los grupos paramilitares, decenas de masacres, miles de desaparecidos dan cuenta de la tragedia humanitaria que vive el pueblo colombiano por el criminal carácter de la oligarquía heredera de Santander.
No sabemos a ciencia cierta cuántas familias colombianas han llegado a territorio venezolano huyendo del horror paramilitar, razón por la cual nos parece, por lo menos injusto, meter a toda la colombianidad en un mismo saco y acusarla indiscriminadamente de “saber quiénes son y donde están los paramilitares”. Acusación que además siembra un manto de duda sobre la connivencia de nuestros connacionales con estos grupos.
En esta parte de la Patria Grande llamada República Bolivariana de Venezuela, estamos experimentando una verdadera avanzada del fascismo que pugna por tomar el poder político del Estado para poder implementar un régimen antidemocrático, que reverse los importantes logros alcanzados en estos tres lustros del proceso. Decimos que el fascismo pugna por alcanzar el poder político, porque, como bien lo afirmó el Comandante Chávez, la burguesía aun detenta el poder económico “No nos llamemos a engaño: la formación socioeconómica que todavía prevalece en Venezuela es de carácter capitalista y rentista” (Chávez Frías, 2012).
En este punto, es importante aclarar que los gobiernos son transitorios, que solamente eventos radicalmente revolucionarios pueden empezar a cambiar la estructura y la superestructura del estado. El poder del Estado va mucho más allá de quién se siente en la silla presidencial, cuántas gobernaciones o alcaldías detente el chavismo o la oposición, o quién tenga la mayoría en la Asamblea Nacional. En Venezuela, la gran burguesía nacional y la pequeña burguesía emergente conservan una gran porción del poder político, económico y militar.
“Las formas de dominación del Estado pueden variar: el capital manifiesta su poder de un modo donde existe una forma y de otro donde existe otra forma, pero el poder está siempre, esencialmente, en manos del capital, ya sea que exista o no el voto restringido u otros derechos, ya sea que se trate de una república democrática o no; en realidad, cuanto más democrática es, más burda y cínica es la dominación del capitalismo” (Lenin, 1929).
El proceso revolucionario en Venezuela tiene características propias, eminentemente Robinsonianas, con tintes del realismo mágico macondiano. Se han venido impulsando desde el poder político importantes reformas democráticas, las cuales podrían cimentar cambios estructurales, pero todo esto dentro de la legalidad burguesa. La redistribución de la renta petrolera ha permitido la inclusión social de la mayoría del pueblo trabajador, que históricamente fue excluido y que ahora tiene acceso a salud, educación, recreación, vivienda digna, así como la posibilidad de participar activamente en la vida política del país. Obviamente, también la gran masa de pueblo colombiano que vive en Venezuela, pueblo pobre y trabajador, que fue doblemente excluido por las oligarquías binacionales, también se ha visto beneficiada por esta política inclusiva.
En medio de todo este ambiente eminentemente democrático, propicio para la transición al socialismo, frente a la posibilidad de que se generen cambios estructurales en las relaciones económicas, políticas y sociales, las cuales redundarían en una nueva correlación de fuerzas al interior del Estado venezolano (por ejemplo con la construcción de Comunas, para empezar a desmontar el aparato del Estado burgués), los sectores de la ultraderecha recurren a prácticas fascistas para detener el avance popular.
Episodios como el de la finca Daktari (2004), o del terrorista venezolano Lorent Gómez Saleh (2015) revelan la alianza del paramilitarismo colombiano con la más oscura oligarquía venezolana. Las acciones terroristas en el marco de las guarimbas, el asesinato selectivo de activistas y dirigentes revolucionarios a lo largo de estos años, tienen el sello característico del paramilitarismo conocido en Colombia, pero ejecutado en favor del proyecto político de un sector de la oligarquía venezolana.
Fenómenos como la distorsión cambiaria, el contrabando de extracción a gran escala, el bachaqueo, el paramilitarismo como expresión criminal de la derecha que pretende frenar el avance popular y revolucionario, la corrupción en todos sus niveles, son varias fases de una sola estrategia para alcanzar el control político en Venezuela. Todos los problemas generados a partir de esta estrategia afectan a los honestos trabajadores (indistintamente de si son venezolanos o colombianos), quienes soportan sobre sus hombros los embates de la llamada guerra económica y la criminalidad en aumento. Cabe aquí llamar a la siguiente reflexión: ¿A quién le interesa realmente el avance paramilitar y el proceso desestabilizador en Venezuela, al capital (el cual no se ocupa de nacionalidades), o al pueblo colombiano que ha sido golpeado por este flagelo?
La posibilidad de profundizar este proceso, eminentemente Bolivariano, antimperialista, integracionista, profundamente democrático y que puso nuevamente al mundo a hablar de la necesidad de la revolución socialista, es un riesgo para el imperialismo y sus aliados nacionales.
La importancia que tienen Venezuela y Colombia en el juego geopolítico es estratégica. La larga tradición de lucha del pueblo colombiano, y los importantes avances democráticos alcanzados por el bravo pueblo venezolano en estos años del proceso revolucionario, son una importante reserva para los pueblos de Nuestra América. Históricamente nuestro opresor ha sido común, y comunes también nuestros objetivos: independencia, paz, autodeterminación, unidad de la Patria Grande, respeto a nuestras costumbres y diversidad cultural, condiciones dignas de vida, trabajo, salud, educación, buen vivir… en fin, para decirlo en palabras de El Libertador, “La mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política” (Bolívar, 1819).
Todos estos postulados son contrarios a los de la burguesía. La profundización del proceso Bolivariano en Venezuela y lograr la Paz con Justicia Social en Colombia, son dos caras de la lucha de nuestros pueblos por la Segunda y Definitiva Independencia. El terrorismo paramilitar es la respuesta de las oligarquías criollas frente al avance popular. Entonces es allí, en el proceso de lucha de clases, en el campo de la confrontación política en que chocan dos propuestas distintas desde el punto de vista ideológico, donde debemos buscar los responsables del avance paramilitar en Venezuela, y no en la migración de ciudadanos colombianos hacia a la cuna del Libertador.
Referencias:
Bolívar, S. (1819). Discurso de Angostura.
Chávez Frías, H. (11 de junio de 2012). PROPUESTA DEL CANDIDATO DE LA PATRIA HUGO CHÁVEZ. Caracas.
Engels, F. (1884). El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado.
Lenin, V. (18 de Enero de 1929). Sobre el Estado. Pravda, Número 15.
López, A. (s.f.). www.aporrea.org. Obtenido de http://www.aporrea.org/ddhh/a208011.html
Marx. (1848). Manifiesto del Partido Comunista.
www.aporrea.org. (s.f.). Obtenido de http://www.aporrea.org/actualidad/a211480.html
En la alocución del día 13 de julio el presidente Nicolás Maduro anunció la puesta en marcha del Operativo de Liberación y Protección al Pueblo (OLP), el cual ha arrojado importantes resultados. Los medios de comunicación registraron poco después un importante golpe contra el paramilitarismo en San Casimiro (Edo. Aragua) y la ciudad de Caracas. El saldo de la acción policial dejó 14 presuntos delincuentes muertos y, más de un centenar y medio de detenidos, entre los cuales hay por lo menos 50 de nacionalidad colombiana. Saludamos con beneplácito las acciones que el gobierno nacional adelanta contra las estructuras criminales que desestabilizan a esta, nuestra querida segunda Patria.
El compañero Nicolás Maduro, ha pedido “…el acompañamiento de la gente, del pueblo” en esta campaña contra las expresiones criminales. Nosotros, colombianos y venezolanos organizados en Marcha Patriótica Capítulo Venezuela apoyamos decididamente estas acciones, pero nos preocupa que la consigna de lucha contra el “paramilitarismo colombiano”, termine siendo, por falta de claridad, una campaña en contra de nuestros connacionales.
Frente al avance del paramilitarismo en territorio venezolano y la campaña anti colombiana, vemos necesario aportar algunos elementos a la discusión. Es innegable que el fenómeno paramilitar en Venezuela, está estrechamente ligado al que viene de Colombia, pero no es un asunto que tenga que ver con la nacionalidad; es, más bien, una política de dominación imperial que ha alcanzado mayores desarrollos en Colombia, como respuesta a la irreductible tradición de lucha y resistencia del pueblo colombiano.
Vale la pena decir que solamente el Comisionado Presidencial para la Transformación Policial y miembro de la Dirección Nacional del PSUV, ciudadano Freddy Bernal, tácita y tímidamente ha reconocido que el fenómeno paramilitar es supra nacional, o, lo que es lo mismo, que existen paramilitares criollos:
“Y cuando hablamos de paramilitares no nos referimos exclusivamente al accionar de agentes venidos de países foráneos. Por supuesto, que podrán importarse métodos y maneras de actuar, copiando la demencial experiencia del crimen organizado y la parapolítica colombiana, un ejemplo cercano entre otros, pero el caldo de cultivo, la base social y las condiciones objetivas para que se desarrolle dependen en buena medida de la dinámica nacional (www.aporrea.org)”
Proponemos empezar a darle un poco de seriedad y rigurosidad al debate, y en ese sentido es bueno recordar que “el gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa” (Marx, 1848) ¿Y por qué citar a Marx si vamos a hablar de paramilitarismo en Venezuela? Pues porque se supone que el Proceso Bolivariano está por la construcción del Socialismo. Así lo reiteró el pueblo venezolano cuando votó, mayoritariamente dos veces por la propuesta del Comandante Chávez quien dijo en la presentación del Plan de la Patria: “Éste es un programa de transición al socialismo y de radicalización de la democracia participativa y protagónica” (Chávez Frías, 2012) y es muy difícil hablar de socialismo sin remitirse a Marx y el proceso de lucha de clases, eso sería tanto como hablar de cristianismo sin remitirse a la Biblia.
Continuemos. Si vemos al Estado como el aparato para administrar los negocios de la clase dominante, podemos empezar a entender un poco el paramilitarismo, su surgimiento y su accionar independientemente del Estado-Nación en que lo ubiquemos.
Etimológicamente hablando, paramilitar hace referencia a un cuerpo armado, generalmente de carácter clandestino, irregular e ilegal (aunque hay casos en que es reglamentado y se le da status legal como el caso de las CONVIVIR en Colombia), y que tiene vínculos con el aparato militar del Estado. Los grupos paramilitares se dedican básicamente a hacer el “trabajo sucio” que los ejércitos regulares y los organismos policiales (defensores del Estado), no pueden hacer por estar sujetos a la ley.
En la historia contamos varios casos de estos grupos, como por ejemplo Las Camisas Negras que apoyaron el régimen de Mussolini en Italia, Las Camisas Pardas en la Alemania Nazi, en Kenia los Homes Guards, la Triple A de Argentina, el Comando Caza Tupamaros de Uruguay, las Rondas Campesinas y Urbanas del Perú, los GAL que se conformaron para supuestamente combatir a ETA en la década de los 80s, las PAC en Guatemala y El Salvador, la famosa Contra nicaragüense, o los nuevos los grupos de Chiapas (México), Máscara Roja, Paz y Justicia y Los Chinchulines. Obviamente, también los tristemente célebres paramilitares en Colombia, los cuales han tenido muchas denominaciones desde mediados del siglo pasado: se han llamado Pájaros, Chulavitas, AUC, AUCC, MAS, Águilas Negras, Rastrojos, 12 Apóstoles, CONVIVIR, Urabeños etc. En términos generales, estos grupos siguen siendo un oscuro apéndice de la oligarquía colombiana, en la implementación de una política criminal contra cualquier oposición política que amenace cambiar el statu quo.
En Nuestra América, a partir de la conformación de la OEA y la puesta en marcha de su política anticomunista, enmarcada en la Guerra Fría pero que a 25 años de la caída del Muro de Berlín sigue incólume, se auspiciaron golpes de estado, procesos de franco exterminio de las fuerzas políticas revolucionarias y antimperialistas, torturas, desapariciones y todo tipo de crímenes de estado. Dicha política anticomunista no es otra cosa que una expresión de la lucha ideológica, de la lucha de clases.
El proceso de lucha de clases es permanente en todos los espacios de la sociedad moderna, y los países de Nuestra América, independientemente de qué tan avanzados sean sus desarrollos políticos, no son ajenos a esta realidad. “…en el mundo industrial el carácter específico de la opresión económica que pesa sobre el proletariado no se manifiesta en todo su rigor sino una vez suprimidos todos los privilegios legales de la clase de los capitalistas y jurídicamente establecida la plena igualdad de las dos clases. La república democrática no suprime el antagonismo entre las dos clases; por el contrario, no hace más que suministrar el terreno en que se lleva a su término la lucha por resolver este antagonismo” (Engels, 1884) pero cuando la clase dominante no puede dirimir los antagonismos por medio de los aparatos legales del estado (leyes, policía, escuela, iglesia etc.), aparece en escena el verdadero carácter criminal del opresor bajo su forma más retardataria: el fascismo, el cual arremete en un desesperado intento por mantener los privilegios de la burguesía en decadencia.
Al enfatizar que el estado es el aparato de dominación de clase, -en nuestro caso la clase burguesa-, veremos el papel que juegan la industria, los medios de masivos de comunicación, la cultura oficial, las iglesias, los centros educativos, los entes legisladores y administradores de justicia, el ejército, y las fuerzas policivas y de seguridad en la reproducción social de la fuerza de trabajo. Si entendemos el ejército como uno de los tantos componentes del Estado, el cual está concebido para garantizar la perpetuación del mismo, y el paramilitarismo como una fuerza para-militar, es decir paralela al aparato militar del Estado, que opera en coordinación con las fuerzas regulares del ejército o la policía, pero dedicada a hacer “el trabajo sucio”, podríamos remitirnos en Colombia, por ejemplo, a la tristemente famosa Policía Chulavita, o Los Pájaros, que a mediados del siglo pasado sembraron el terror y la muerte en los campos colombianos en nombre de las “sanas costumbres”, es decir, las costumbres del gobierno conservador, la iglesia católica y los terratenientes.
Esos grupos paramilitares, hijos bastardos del Estado colombiano, han mutado hasta convertirse en una fuerza determinante en la vida nacional, con poderosos tentáculos políticos y económicos que han logrado extenderse más allá de las fronteras nacionales. Ligados a toda clase de actividades ilegales como el narcotráfico, el secuestro, el cobro de vacunas, prostitución infantil, micro tráfico de drogas alucinógenas, sicariato, etc., sus actividades criminales no son, ni mucho menos, prueba de pérdida de su identidad política y de clase; todo lo contrario, son la expresión pura de la ideología burguesa. La alianza entre los capos del cartel de Medellín y los paramilitares para exterminar al Partido Comunista Colombiano y la Unión Patriótica en el Urabá antioqueño y los cerros de Medellín, es solo una prueba de ello. También el surgimiento del MAS (Muerte A Secuestradores) gracias a los capos del cartel de Cali y miembros del Ejército colombiano dan cuenta de la ideología determinante en ambos casos. Más recientemente, podemos ver el escándalo por el uso que se le dio al “desaparecido” DAS (Departamento Administrativo de Seguridad) como fuente de información de inteligencia para las AUC (Autodefensas Unidas de Colombia), en los gobiernos de Álvaro Uribe Vélez.
El pueblo colombiano ha sufrido y resistido por más de 60 años la barbarie paramilitar. Opciones políticas legales, democráticas, populares, con fuerte apoyo de masas como la Unión Patriótica y A Luchar han sido exterminadas bajo la criminal política de “Lucha contra el enemigo interno” orientada desde EE.UU. Millones de desplazados por los grupos paramilitares, decenas de masacres, miles de desaparecidos dan cuenta de la tragedia humanitaria que vive el pueblo colombiano por el criminal carácter de la oligarquía heredera de Santander.
No sabemos a ciencia cierta cuántas familias colombianas han llegado a territorio venezolano huyendo del horror paramilitar, razón por la cual nos parece, por lo menos injusto, meter a toda la colombianidad en un mismo saco y acusarla indiscriminadamente de “saber quiénes son y donde están los paramilitares”. Acusación que además siembra un manto de duda sobre la connivencia de nuestros connacionales con estos grupos.
En esta parte de la Patria Grande llamada República Bolivariana de Venezuela, estamos experimentando una verdadera avanzada del fascismo que pugna por tomar el poder político del Estado para poder implementar un régimen antidemocrático, que reverse los importantes logros alcanzados en estos tres lustros del proceso. Decimos que el fascismo pugna por alcanzar el poder político, porque, como bien lo afirmó el Comandante Chávez, la burguesía aun detenta el poder económico “No nos llamemos a engaño: la formación socioeconómica que todavía prevalece en Venezuela es de carácter capitalista y rentista” (Chávez Frías, 2012).
En este punto, es importante aclarar que los gobiernos son transitorios, que solamente eventos radicalmente revolucionarios pueden empezar a cambiar la estructura y la superestructura del estado. El poder del Estado va mucho más allá de quién se siente en la silla presidencial, cuántas gobernaciones o alcaldías detente el chavismo o la oposición, o quién tenga la mayoría en la Asamblea Nacional. En Venezuela, la gran burguesía nacional y la pequeña burguesía emergente conservan una gran porción del poder político, económico y militar.
“Las formas de dominación del Estado pueden variar: el capital manifiesta su poder de un modo donde existe una forma y de otro donde existe otra forma, pero el poder está siempre, esencialmente, en manos del capital, ya sea que exista o no el voto restringido u otros derechos, ya sea que se trate de una república democrática o no; en realidad, cuanto más democrática es, más burda y cínica es la dominación del capitalismo” (Lenin, 1929).
El proceso revolucionario en Venezuela tiene características propias, eminentemente Robinsonianas, con tintes del realismo mágico macondiano. Se han venido impulsando desde el poder político importantes reformas democráticas, las cuales podrían cimentar cambios estructurales, pero todo esto dentro de la legalidad burguesa. La redistribución de la renta petrolera ha permitido la inclusión social de la mayoría del pueblo trabajador, que históricamente fue excluido y que ahora tiene acceso a salud, educación, recreación, vivienda digna, así como la posibilidad de participar activamente en la vida política del país. Obviamente, también la gran masa de pueblo colombiano que vive en Venezuela, pueblo pobre y trabajador, que fue doblemente excluido por las oligarquías binacionales, también se ha visto beneficiada por esta política inclusiva.
En medio de todo este ambiente eminentemente democrático, propicio para la transición al socialismo, frente a la posibilidad de que se generen cambios estructurales en las relaciones económicas, políticas y sociales, las cuales redundarían en una nueva correlación de fuerzas al interior del Estado venezolano (por ejemplo con la construcción de Comunas, para empezar a desmontar el aparato del Estado burgués), los sectores de la ultraderecha recurren a prácticas fascistas para detener el avance popular.
Episodios como el de la finca Daktari (2004), o del terrorista venezolano Lorent Gómez Saleh (2015) revelan la alianza del paramilitarismo colombiano con la más oscura oligarquía venezolana. Las acciones terroristas en el marco de las guarimbas, el asesinato selectivo de activistas y dirigentes revolucionarios a lo largo de estos años, tienen el sello característico del paramilitarismo conocido en Colombia, pero ejecutado en favor del proyecto político de un sector de la oligarquía venezolana.
Fenómenos como la distorsión cambiaria, el contrabando de extracción a gran escala, el bachaqueo, el paramilitarismo como expresión criminal de la derecha que pretende frenar el avance popular y revolucionario, la corrupción en todos sus niveles, son varias fases de una sola estrategia para alcanzar el control político en Venezuela. Todos los problemas generados a partir de esta estrategia afectan a los honestos trabajadores (indistintamente de si son venezolanos o colombianos), quienes soportan sobre sus hombros los embates de la llamada guerra económica y la criminalidad en aumento. Cabe aquí llamar a la siguiente reflexión: ¿A quién le interesa realmente el avance paramilitar y el proceso desestabilizador en Venezuela, al capital (el cual no se ocupa de nacionalidades), o al pueblo colombiano que ha sido golpeado por este flagelo?
La posibilidad de profundizar este proceso, eminentemente Bolivariano, antimperialista, integracionista, profundamente democrático y que puso nuevamente al mundo a hablar de la necesidad de la revolución socialista, es un riesgo para el imperialismo y sus aliados nacionales.
La importancia que tienen Venezuela y Colombia en el juego geopolítico es estratégica. La larga tradición de lucha del pueblo colombiano, y los importantes avances democráticos alcanzados por el bravo pueblo venezolano en estos años del proceso revolucionario, son una importante reserva para los pueblos de Nuestra América. Históricamente nuestro opresor ha sido común, y comunes también nuestros objetivos: independencia, paz, autodeterminación, unidad de la Patria Grande, respeto a nuestras costumbres y diversidad cultural, condiciones dignas de vida, trabajo, salud, educación, buen vivir… en fin, para decirlo en palabras de El Libertador, “La mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política” (Bolívar, 1819).
Todos estos postulados son contrarios a los de la burguesía. La profundización del proceso Bolivariano en Venezuela y lograr la Paz con Justicia Social en Colombia, son dos caras de la lucha de nuestros pueblos por la Segunda y Definitiva Independencia. El terrorismo paramilitar es la respuesta de las oligarquías criollas frente al avance popular. Entonces es allí, en el proceso de lucha de clases, en el campo de la confrontación política en que chocan dos propuestas distintas desde el punto de vista ideológico, donde debemos buscar los responsables del avance paramilitar en Venezuela, y no en la migración de ciudadanos colombianos hacia a la cuna del Libertador.
Referencias:
Bolívar, S. (1819). Discurso de Angostura.
Chávez Frías, H. (11 de junio de 2012). PROPUESTA DEL CANDIDATO DE LA PATRIA HUGO CHÁVEZ. Caracas.
Engels, F. (1884). El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado.
Lenin, V. (18 de Enero de 1929). Sobre el Estado. Pravda, Número 15.
López, A. (s.f.). www.aporrea.org. Obtenido de http://www.aporrea.org/ddhh/a208011.html
Marx. (1848). Manifiesto del Partido Comunista.
www.aporrea.org. (s.f.). Obtenido de http://www.aporrea.org/actualidad/a211480.html
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