En el centro de Colombia, el pueblo de Granada ha estado durante mucho tiempo bajo el fuego cruzado de los actores del conflicto armado y llora a 1.800 muertos y más de 600 desaparecidos, cuyas fotos ocupan toda una pared de su pequeño museo "del nunca más".
"A partir del 2000 la guerra aquí empeoró. Mi esposo murió en la masacre del 3 de noviembre del 2000. Lo mataron los paramilitares. Ese día murieron 19 personas", recuerda Amanda Suárez, de 62 años, mostrando con lágrimas en los ojos el rostro de su marido entre las imágenes de víctimas expuestas en esta modesta sala-museo convertida en lugar de memoria.
El 6 de diciembre de ese año, 600 guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) retomaron Granada con un bombardeo intenso de más de 18 horas, a golpe de proyectiles artesanales hachos con bombonas de gas o "pipetas", como se conocen en Colombia.
Esta acción, desatada por un atentado con un coche bomba con un cargamento de más de 400 kilos de explosivos, se saldó con la muerte de 23 civiles y cinco policías, decenas de heridos, más de 130 casas y otros 82 edificios destruidos y 300 dañados en pleno núcleo del pueblo.
"Fue una tragedia", lanza Arnoldo Noreña. "Nos metimos por la alcaldía, nos encerramos todos. Veía cómo reventaban las pipetas. Cuando me asomé, todo era puros escombros", explica este empleado municipal de 68 años, ya jubilado. Luego cuenta: "mi mamá murió, la mató la bomba" cuando, alertada por los golpes de la artillería, bajó hasta la planta baja de su casa y la fachada se derrumbó sobre ella.
Granada se convirtió de este modo en el epicentro de los combates entre guerrillas de extrema izquierda, paramilitares de extrema derecha y soldados, por la toma de control de este valle verdoso, sembrado de cafetales y árboles frutales a unos 70 kilómetros de Medellín, segunda ciudad de Colombia, en el departamento de Antioquia.
"Aquí estaban todos los actores del conflicto: las FARC, los paramilitares, los elenos (guerrilleros del ELN) y las fuerzas armadas", agrega Amanda Suárez antes de retomar su escoba para limpiar el paso de entrada del "salón del nunca más" o el "museo del dolor", como también lo llaman los lugareños y del que ella se ocupa.
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El Ejército de Liberación Nacional (ELN), guerrilla inspirada en la revolución cubana, tenía presencia en el lugar desde 1980. Las FARC llegaron siete años después. Y en 1997 fue el turno las milicias de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), constituidas por paramilitares armados por terratenientes para combatir a los rebeldes ante el vacío de la fuerza pública.
"Teníamos sólo 45 policías para defender el pueblo", deplora Suárez. Y Arnoldo Noreña secunda que el sector de Granada se convirtió en un centro estratégico por su riqueza agrícola y la presencia de "mucha minería clandestina de oro", fuente de financiamiento de los grupos armados.
Las matanzas incesantes -23 entre 1999 y 2003 y con hasta 30 muertos sólo en julio de 2001- forzaron a miles de habitantes del pueblo a huir. Entre ellos, Amanda Suárez, viuda y después desplazada.
"Aquí era un terror, terror de salir a la calle, terror de salir a trabajar. A las seis de la tarde, uno tenía que encerrarse en su casa", explica esta madre, empleada del hogar, que tras la toma de Granada por las FARC abandonó su casa para refugiarse en Medellín y sobrevivir allí durante tres años con sus siete hijos, entonces de entre ocho y 20 años.
"De 19.000 habitantes en el 2000, Granada bajó a unos 3.000 en 2004", dice citando cifras oficiales colgadas en las paredes del museo y precisando que algunos huyeron amenazados o para evitar que los actores del conflicto armado reclutaran a sus hijos. De la población urbana, un 70% se fue desplazada y de la rural, la cifra alcanzó el 90%.
Mientras el Gobierno y las FARC se acercan a cerrar un proceso de paz -que se negocia desde noviembre de 2012 para poner fin a más de medio siglo de un conflicto armado que deja ya más de 260.000 muertos, 45.000 desaparecidos y 6, 8 millones de desplazados- las víctimas de Granada dicen que están listas para pasar página.
"Para nosotros, que ya vivimos esta guerra, no estamos dispuestos a vivir otra vez una cosa como ésta", afirma Amanda, mientras Arnoldo espeta sobre las negociaciones que avanzan en Cuba: "esto va por buen camino. Hay que perdonar. Hay que seguir adelante, ¿qué más podemos hacer?"
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