En los últimos años, lo que convencionalmente se ha tipificado como la violencia criminal ha venido manifestando cambios y rasgos característicos de un nuevo tipo de lógica y carácter operativo, borrando o al menos haciendo más difusas las fronteras entre la convencionalidad de la cultura del hampa y la guerra irregular. Detrás de la nueva violencia, la exacerbación de métodos como el secuestro express, la brutalidad desmedida (mutilaciones, etc.) y la construcción de una imagen de caos, de situación fuera de control. A esto en gran medida se debe la observación que realizó el ministro de Interiores, Justica y Paz, Miguel Rodríguez Torres, de que la violencia en Venezuela se ha venido "colombianzando". En la primera parte de este trabajo especial se analizan algunas de algunos hechos y datos socioeconómicos y culturales en las que, desde un punto de vista material, ponen en duda las causas habituales esgrimidas por medios y especialistas vinculados a la oposición.
La colombianización de la violencia en Venezuela escapa de cualquier sesudo análisis socioeconómico maniqueo y simplón. Las elaboraciones teóricas de alta factura intelectual que presentan los medios de comunicación van en dos vías fácilmente rebatibles: la primera, la crisis económica que vive Venezuela, la cual empuja a los individuos desprovistos de trabajo y ayuda gubernamental a degollar, picar y luego tirar al Guaire a las personas que caen en sus garras lumpenizadas porque sí.
La otra vía, más sincera desde el punto de vista económico (cifras, indicadores, etc.) pero igual de mentirosa a la hora de poner la palabra en el contexto, tiene que ver con la pobreza mental y política, organizada, en torno a la matriz criminalizadora de los colectivos: construcción orgánica del chavismo que armó colectivos y delincuentes para que buscaran sus cobres asesinando personas y coaccionando mediante una suerte de violencia miliciana y paramilitar.
Ninguna de las dos versiones, la primera por extremadamente simplificadora ni la segunda, absolutamente interesada e insertada dentro de una agenda mediática en particular como parte integral de "La Salida".
Lo que no excluye tampoco elementos realmente existentes que pasados por el filtro de las respuestas automáticas y baratas de la falsimedia.
Contexto regional
Si hacemos un bosquejo geográfico de todo nuestro continente se notará de inmediato, a través de los índices macroeconómicos, la ruina neoliberal/imperial en estos países. En países como República Dominicana y Puerto Rico, un chamito firmado por una granja peloteril gringa, devenga 150 dólares mensuales: abismalmente superior al salario mínimo en esos países.
Las tasas de desempleo (mayores al 38%) en países como México, Perú y Colombia hace del narcotráfico una fuente de trabajo que, a su vez, genera más pobreza: así se construye el reflujo capitalista industrial, garantizando una papa (sí, una papa, es elección democrática del consumidor hacer puré o comérsela cruda) diaria y un par de zapatos al año por fuera de la ley y el PIB ordinario.
La misma dinámica sufre Chile, el país maquila Paraguay y las pequeñas naciones centrocaribeñas, concebida por Estados Unidos y las potencias (todavía coloniales) como Inglaterra, Holanda y Francia que reducen esos países a la lógica de burdeles. Los últimos también funcionan, gracias a las bases norteamericanas instaladas desde la primera mitad del siglo XX, como paraísos fiscales para lavar dinero ilegal producido en la costa del pacífico del cono sur.
Venezuela: el país menos desigual de la región
Nuestro país, desde la llegada del Comandante Chávez comenzó a caminar lejos del sendero de la pobreza y la exclusión. El amado y odiado índice Gini, arroja datos que más allá de figurar como verdad absoluta, nos aproxima de forma verosímil hacia la realidad socioeconómica de nuestros países:
Venezuela es el país menos desigual del continente con un índice Gini 0.390 (1 es máxima inequidad y 0 absoluta igualdad, los que se acercan al cero están ganadores). La redistribución de la renta petrolera no nos ha regalado (como sueña la izquierda balurda) un país industrializado, desarrollado y moderno.
Ahora bien, este contexto actual no tiene nada que ver con los índices de desigualdad: ahí están los países europeos que se jactaron por mucho tiempo gritando a viva voz que tenían una moneda fuerte y productiva, pero ahora no tienen cómo meter más obreros en sus fábricas y se los está comiendo el dólar alemán.
La gran cantidad de circulante que se encuentra en el país, moviliza hacia abajo cualquier cantidad de actividades comerciales propias del rentismo sin que esto signifique, claro está, una batalla moralista contra la estructura económica.
En Venezuela la acumulación económica se encuentra sobre la base del comercio, es el punto céntrico del proceso capitalista. Entendiendo la necesidad de superar el modelo actual, es importante destacar también que la redistribución de la riqueza ha tributado para que la gente que pasó la roncha de la Cuarta, hoy pueda tener un nivel de vida digno: esto es lo que refleja el índice Gini, ingreso per cápita y capacidad de compra.
Sea con un carrito de chicha, vendiendo parley, arreglando motos o vendiendo arepas la economía está al alcance de salir y pellizcarle una nalga a esa gorda fofa y mofletúa llamada masa monetaria. Lo demás es dogmatismo y apriorismos intelectualosos.
Caso Colombia
Hoy Colombia acumula la cifra de más de 20 millones de pobres y una tasa de desempleo que parece importada de Europa. El narcotráfico y el paramilitarismo funcionan como barredora latifundista para, por un lado, perseguir y marginalizar aún más a los campesinos y, por otro, consecuencia del primero, apalancar los TLC y los grandes monocultivos que necesitan, a juro, de un proletariado agrario desplazado, obediente y temeroso de latifundistas extranjeros.
La motosierra paraca era la antelación del desalojo de miles de hectáreas en todo el país para imponer monocultivos extensivos como la palma africana.
Es uno de los países más desiguales del globo terráqueo. Y vaya que África es fuerte competidora en ese ring.
En los países con mayores índices de desigualdad existen los menores índices de violencia delincuencial. Los Estados policiacos caribeños reforzado por los gringos hacen bien su tarea de mantener a raya los atentados contra la propiedad privada capitalista.
La justificación de la violencia tiene tanto variables socioeconómicas como políticas. Pero en Venezuela, donde cualquier persona puede papear bien en Mercal/PDVAL y garantizarse otros consumos sin necesidad de haberse "fajado" estudiando en una universidad, ¿cómo se justifica la violencia criminal desatada sobre todo estos últimos meses?
¿Estaremos viendo el estreno del brazo armado privado y trasnacional colombiano del Congreso Ciudadano?
¿Qué otras variables de tipo simbólico y narrativo juegan en contra?
Un mundo de seducciones
El consumo no es una variable netamente utilitaria. Sobre todo porque se da y presenta en una sociedad que eleva y excede los valores del egoísmo, la envidia y el individualismo. Si desgajamos su materialidad, el consumo pierde total racionalidad económica.
Por ejemplo en Venezuela, las tres papas están garantizadas, la salud también, el colegio para los chamos igual y un viajecito para la playa asegurado. También comemos por los oídos, por lo ojos, con las manos y con el cerebro: masticamos por todos lados y cualquier cosa existente. Consumimos cultura.
El consumo simbólico rompe la frágil barrera de lo material. Todos los días, por las redes sociales y la televisión observamos a reggeatoneros dándose la gran vida, acompañados de mujeres operadas, relojes caros y carros del año.
La mayoría de las personas que los ve, por más que sea un habilidoso pellizcando la masa monetaria, no puede costearse semejantes placeres capitalistas. Ahí es donde la seducción arrastra y convoca al crimen, al goce fáctico en busca de sanar las expectativas creadas y falsamente presentadas como financiables para cualquier ciudadano.
Las necesidades básicas están cubiertas, muy por encima de la media global según el índice Gini. Pero el capitalismo creó, de igual forma, otras necesidades que también fungen como primarias: el poder que representa el lacreo hamponil individualiza aún más a nuestra juventud, despojándola de su papel fundamental en la construcción de un nuevo sistema social, económico y sobre todo cultural.
Un salario mínimo no da para aparentar ser como Daddy Yankee: es el punto preciso donde se extienden las sábanas del placer capitalista recomponiendo y dándole sentido histórico al imaginario farandulero.
Banalización de la guerra: culto al hampa y cultura fílmica
La guerra en la actualidad abandonó sus espacios naturales. Ya no es monopolio exclusivo de los ejércitos regulares ni de los dispositivos de defensa estatal. La horizontalización/legitimación/homologación del imaginario y el acto de guerra tiene base masticable en la cultura fílmica: el berenjenal de películas sobre malandreo, películas de "acción patriótica" gringa, frivolidad juvenil estupidizante que atiborran las calles de las principales ciudades del país nutre y democratiza la actividad criminal, otorgándole poder y goce al que la ejecuta en el culebrón narrativo subdesarrollado pro narcotráfico: la moralidad estatal queda pendeja con el Winston diciendo "bájale dos a la violencia".
La costumbre visual de miles de jóvenes viendo armas, putas, droga y explosiones reconfigura el imaginario sociocultural hacia la criminalidad: ejercicio de elección democrática cónsono con el libre albedrío posmoderno que entroniza el poder de las armas y el consumismo.
Sobre esos puntos débiles y sobre una vulnerabilidad social reducida pero todavía existente hace las veces de caldo de cultivo para "invitar" a la muchachada del momento a "elegir" los caminos en apariencia más fáciles y expeditos a esa variable criollizada de la experiencia turbocapitalista, y ultraviolenta.
El asunto radica en que esa penetración trae también consigo una escuela, una metódica bien ensayada, comprobada y desarrollada en las últimas tres décadas (sobre todo en las dos primeras) con el nada aislado fenómeno del paramilitarismo, ahora descentralizado y en alquiler. Sobre todo después del simulacro de "desmovilización" que armó la administración Uribe a mediados de la década pasada.
La trama de fondo detrás de los mecanismos de seducción la pauta y la rige la guerra privatizada. Que será el tema de la segunda parte de este trabajo especial.
Basta para cerrar el punto que despejada la incógnita de los datos socioeconómicos, brilla y destaca otro hecho indiscutible: en el centro de todo esto, la batalla es sobre todas las cosas una batalla cultural.
No hay comentarios:
Publicar un comentario