miércoles, 17 de julio de 2013

La sonrisa hecha Misión, una esperanza para volver a ser felices por Mariana Serrano

 
Caracas, 17 Jul. AVN.- Son las 6:30 de la mañana cuando Anselmo Serrano, rostro tímido en sus 72 años de edad, llega a la torre Sudeban, en Los Dos Caminos, urbanización del este caraqueño. Bebe un cafecito negro de vendedor ambulante, mientras observa, con inquietud, cómo poco a poco son más y más los adultos mayores que se le suman y forman cola.
Miradas de esperanzada expectativa son también parte de la espera. El silencio de la mañana se contagia entre los presentes, quizá por la ansiedad de no saber a ciencia cierta qué debe hacer cada quien para ser atendido en algo que llaman Misión Sonrisa.
Anselmo no tiene un solo diente en su mandíbula superior. En la inferior le quedan dos, y además maltratados por los alambres de un puente pésimamente elaborado. Para comer, o traga enteros los trozos de comida o los ablanda apenas con los dos recuerdos que quedaron de su risa, perdida hace ya mucho. Esa, precisamente, es una de las razones por las cuales acostumbraba desayunar tan solo un café.
La carencia de dientes lo avergüenza un poco. Evita hablar, aunque al entrar en confianza se revela un pícaro parlanchín. Eso sí: en un mismo gesto revela, continuamente, su vulnerabilidad y esa hermosa inocencia que renace en los abuelitos: cada vez que dice algo, tapa su boca con un pañuelo o con su mano.
Es 17 de mayo de 2013, son casi las 7:00 de la mañana y José no tiene cita médica ni nada que le asegure que será atendido en la torre Sudeban. Ni un trocito de papel, ni una referencia odontológica que lo remita a los técnicos de la Misión Sonrisa.
¿Y qué es eso de Misión Sonrisa? "Yo no estoy muy seguro, pero creo que es que te ponen dientes gratis", responde Anselmo entre murmullos que apenas pueden entenderse. Pero eso era antes, cuando aún no entraba en confianza como para dar detalles de su condición bucal, ni para explicar su presencia allí.
Todavía sólo dice que llegó a la torre Sudeban "bien tempranito", tal como le recomendó su hermano: "Tienes que irte temprano, porque siempre va muchísima gente. No vas a esperar mucho parado, pero mejor madruga para que entres de primerito". Y Anselmo le hizo caso a su hermano, no sólo por ser el mayor, sino también porque, al parecer, luce una dentadura nueva y perfecta.
Dos mujeres lo acompañan, una un poco mayor que él, la otra menor: son sus hermanas. Los hermanos Serrano se pusieron de acuerdo para ir juntos en búsqueda de una bonita esperanza: volver a reír con todas sus ganas y mostrarse al mundo con la mejor expresión de alegría que existe, esa que llaman sonrisa.
Sus hermanas lucen un tanto más serias o comedidas que él, pero algo, más allá de los rasgos personales, los identifica. Ese gesto, quizás maña o simple costumbre: llevarse la mano a los labios, ocultar la boca cada vez que la conversación exige una muestra física de cordialidad o simpatía.
"Es que me da vergüenza reírme, porque la gente se da cuenta de que no tengo dientes", confiesa José Anselmo, aunque con tono que traiciona su carácter jocoso. Como si ya fuese costumbre hacer de la confesión un chiste. Como si esa carencia entre los labios le causara gracia a él mismo.
Es lunes 17 de mayo y en Sudeban la cola es larga, pero quienes la hacen esperan sentados en un inmenso salón. Muchos abuelos, quizás unos 100, y ese mismo común denominador. La actitud de vergüenza al esbozar la más leve sonrisa, la palma de la mano como máscara de la alegría.
Para muchos de ellos, han sido largos años de auto-rechazo. Enfrentar un espejo se les ha convertido en el peor de los retos, porque al hecho de verse desdentados se añade el saberse sin dinero para cambiar esa triste realidad.
En el caso de Anselmo, han sido 20 años. Dos décadas que hicieron de él una persona tímida, algo insegura. Un ser hasta hace poco resignado a que el desprendimiento de sus dientes seguiría avanzando con la edad hasta dejarlo sin ninguno.
Mejor no me vea
Son las 7:00 de la mañana cuando los tres hermanos entran a la torre Sudeban. Por ningún lado hay un letrero o pancarta que identifique el lugar y lo que allí se hace.
¿Será un consultorio odontológico? ¿O serán médicos populares quienes los esperan? Al entrar a un gran salón, lo que hay son filas y filas de sillas y 11 mesas con utensilios odontológicos. Alrededor de ellas, personas uniformadas en color beige dan la bienvenida con amable y cálida cortesía.
En ese espacio, habilitado por Sudeban, se inicia este día la II Jornada 2013 de toma de muestras de la Misión Sonrisa.
A las 8 de la mañana ya Anselmo es atendido por uno de los especialistas, José Antonio Villaroel, quien le explica paso a paso el procedimiento.
En una primera consulta, se toma la impresión de las encías o de los dientes, si quedan. Esto se hace sobre un gel que, al endurecerse después, será molde para confeccionar la prótesis.
Tres días después, los mismos pacientes deben regresar para "tomar la mordida". Villaroel precisa que el objetivo es verificar la manera en que calzan los dientes al morder, para que luego, con ese molde definitivo, el técnico proceda a montar en acrílico lo que será la prótesis dental.
Este es un paso muy importante, añade, porque simultáneamente se estudian el perfil y rostro del paciente para ajustar la dentadura a su tipo facial, a la vez que se considera y selecciona la tonalidad que deberán tener sus nuevos dientes.
"Para hacer las prótesis no solamente consideramos el uso funcional de los dientes (el de masticar los alimentos), sino que tomamos en cuenta el elemento estético. Y eso es quizás lo más valorado por las personas, porque los hace ver bien, bonitos, y les suministra seguridad", comenta el técnico dental.
Tras un lapso de 22 días, de dedicada labor por parte de los técnicos al momento de confeccionar las prótesis, vuelven los pacientes para el enfilado de los dientes, que es uno de los procedimientos finales. Son atendidos en el mismo lugar y por los mimos técnicos, quienes les colocan por primera vez su prótesis dental.
Si la mordida está correcta, y al paciente le gusta y se siente cómodo con su nueva dentadura, el molde está totalmente listo para ser vaciado en acrílico y convertirse en prótesis definitiva, con una vida útil de cinco años.
Este procedimiento -hermoso y solidario, según lo califican los propios pacientes- le ha sido realizado a 62.000 venezolanos. Abuelos y abuelas que hoy gozan de buena salud y una esplendorosa sonrisa.
Y no es sólo reír. "Desde el mismo momento en que se miran al espejo y ven sus nuevos dientes, no dejan de sonreír", afirma Froila Morante, médico y coordinadora de la Misión Sonrisa en el estado Táchira.
Pero no es sólo una cuestión de apariencia física.
El proceso digestivo comienza en la boca. Lo que allí se forma al masticar es lo que llaman el bolo alimenticio. Si los alimentos no son bien triturados y mezclados con saliva antes de ser tragados, se dificulta el proceso, lo que generará consecuencias para la salud del paciente. Problemas gástricos, en la mayoría de los casos.
El señor Anselmo recuerda que hace un par de meses estuvo enfermo y perdió tres kilos de peso. "No podía masticar bien la comida y me la tragaba entera. Eso me caía mal y vomitaba, porque a media noche me sentía mal". Y es que es difícil, dice, masticar con sólo dos dientes.
Por eso, afirma Morante, la razón de ser de la Misión Sonrisa radica por igual en ambos componentes: la salud y la estética.
"Chávez, gracias por los dientes"
Pocos recuerdan hoy que esta bella iniciativa nació con el nombre de "Una Sonrisa para el Táchira", en 2005, como programa de la gobernación de ese estado durante la gestión de Ronald Blanco La Cruz. Hasta 2006 fue, pues, un programa regional, adelantado con mística y eficiencia pero sin mucha promoción. Vale decir, a la manera en que se cumplen las responsabilidades, especialmente cuando se trata de una labor tan bonita.
Un relato conmovedor da cuenta de cómo, ese año, por instrucciones de Hugo Chavez, pasó a convertirse en misión de alcance nacional. Realizaba el Comandante una visita a esa entidad andina y en cada pueblo, repetidamente, escuchaba un mismo grito emocionado: "Chávez, gracias por los dientes".
Fue así, cuenta Morante, bajo el impacto profundo y directamente humano de los logros de "Una Sonrisa para el Táchira", que Chávez ordenó convertir el programa en Misión Sonrisa.
Hoy existen centros de Misión Sonrisa en cada una de las capitales estadales de Venezuela. Se hacen jornadas especiales en los más distintos puntos del país. En Caracas, hay centros permanentes en la Clínica Popular El Valle y en el Hospital Militar Doctor Carlos Arvelo. Atención gratuita y de calidad que mes por mes devuelve la sonrisa, la esperanza y la autoestima a centenares y miles de venezolanos.
Morante también sonríe: "Esto me roba mi vida, mis sentimientos, pero con una satisfacción muy grande. Es una felicidad muy grande, es un placer lo que hago. Aquí hay amor, entrega total para atender pacientes, personas que necesitan volver a sonreír".
Tres semanas después de ese 17 de mayo, Anselmo y sus hermanas estrenan nuevos dientes. "Mírense al espejo todo el tiempo que quieran. Sonríanle al mundo y regálennos esa maravillosa expresión de felicidad", les dice Morante, y sus palabras no dejan de arrancar alguna lágrima entre los 420 abuelos que ya nunca más se taparán la boca para sonreír.

Mariana Serrano AVN 17/07/2013 11:59

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