¡Un día de rebelión, no de descanso! ¡Un día no ordenado por los portavoces chulescos de las instituciones, que tienen encadenados a los trabajadores! ¡Un día en que el trabajador haga sus propias leyes y tenga el poder de ejecutarlas! Todo sin el consentimiento ni aprobación de los que oprimen y gobiernan. Un día en que con tremenda fuerza, el ejército unido de los trabajadores se movilice contra los que hoy dominan el destino de los pueblos de todas las naciones.
Un día de protesta contra la opresión y la tiranía, contra la ignorancia y las guerras de todo tipo.
Un día para comenzar a disfrutar de ocho horas de trabajo, ocho horas de descanso y ocho horas para lo que nos dé la gana.
(Octavilla que circulaba en Chicago en 1885).
Cada año el Primero de Mayo conmemora el asesinato de cinco sindicalistas estadounidenses en 1886 en una de las mayores movilizaciones obreras celebradas en aquel país en reclamación de la jornada laboral de ocho horas.
En julio de 1889 el I Congreso de la II Internacional acordó celebrar el Primero de Mayo como jornada de lucha del proletariado de todo el mundo y adoptó la siguiente resolución histórica: Debe organizarse una gran manifestación internacional en una misma fecha de tal manera que los trabajadores de cada uno de los países y de cada una de las ciudades exijan simultáneamente de las autoridades públicas limitar la jornada laboral a ocho horas y cumplir las demás resoluciones de este Congreso Internacional de París.
Como en otras partes del mundo, la situación de los trabajadores en Estados Unidos a finales del siglo XIX era muy difícil. Sin embargo, emigrantes de diversos países europeos acudían allá en busca de una mejor situación económica. En 1886, un escritor extranjero retrató así a Chicago: Un manto abrumador de humo; calles llenas de gente ocupada, en rápido movimiento; un gran conglomerado de vías ferroviarias, barcos y tráfico de todo tipo; una dedicación primordial al Dólar Todopoderoso. Era una ciudad con un proletariado inmigrante, arrastrado por el capitalismo a la periferia de una ciudad industrial. La gran mayoría de los proletarios, especialmente en ciudades como Chicago, eran de Alemania, Irlanda, Bohemia, Francia, Polonia o Rusia. Oleadas de obreros arrojados los unos contra otros, comprimidos en tugurios y azuzados por guerras étnicas. Muchos eran campesinos analfabetos pero otros ya estaban templados por la lucha de clases.
En el invierno de 1872, un año después de la Comuna de París, en Chicago miles de obreros sin hogar y hambrientos a causa del gran incendio, hicieron manifestaciones pidiendo ayuda. Muchos llevaban en pancartas inscritas la consigna Pan o sangre. Recibieron sangre. La represión policial les obligó a refugiarse en el túnel bajo el río Chicago, donde fueron tiroteados y golpeados.
En 1877 otra gran ola de huelgas se extendió por las redes ferroviarias y prendió huelgas generales en los centros ferroviarios, entre ellos Chicago donde, las balas de la policía dispersaron las enormes concentraciones de huelguistas de aquel año.
De aquellas luchas nació una nueva dirección sindical, especialmente de inmigrantes alemanes, conectados con la I Internacional de Marx y Engels. El proletariado alemán tenía una contagiosa conciencia de clase: aprendida, moldeada por una experiencia compleja, profundamente hostil al capitalismo mundial. Como todos los revolucionarios, eran odiados, temidos y difamados al mismo tiempo. A su lado estaba un luchador oriundo de Estados Unidos, Albert Parsons. Así se dio una fusión de la experiencia política de dos continentes, del tumulto de Europa y el movimiento contra la esclavitud de Estados Unidos. En los agitados años de la emancipación de los esclavos, Parsons era un republicano radical que había desafiado a la sociedad tejana burguesa casándose con una esclava mestiza liberta, Lucy Parsons, que llegó a ser una figura política por sí misma. Albert Parsons militó mucho tiempo en las Ligas de Ocho Horas, pero hasta diciembre de 1885 escribió en su periódico Alarma: A nosotros, de la Internacional [hacía referencia a la anarquista IWPACOR] nos preguntan con frecuencia por qué no apoyamos activamente al movimiento de la propuesta de ocho horas. Echemos mano de lo que podamos conseguir, dicen nuestros amigos de las ocho horas, porque si pedimos demasiado podríamos no recibir nada. Contestamos: Porque no hacemos compromisos. O nuestra posición de que los capitalistas no tienen ningún derecho a la posesión exclusiva de los medios de vida es verdad o no lo es. Si tenemos razón, pues reconocer que los capitalistas tienen derecho a las ocho horas de nuestro trabajo es más que un compromiso; es una virtual concesión de que el sistema de salarios es justo. La prensa anarquista sostenía: Aunque el sistema de ocho horas se estableciera en esta tardía fecha, los trabajadores asalariados... seguirían siendo los esclavos de sus amos.
Tras recuperarse de los sucesos de 1877, el movimiento obrero se extendió como un incendio incontrolable, especialmente cuando se concentró en la demanda de la jornada de ocho horas.
En aquella época había dos grandes organizaciones de trabajadores en Estados Unidos. La Noble Orden de los Caballeros del Trabajo (The Noble Orden of the Knights of Labor), mayoritaria, y la Federación de Gremios Organizados y Tradeuniones (Federation of Organized Traders and Labor Union). En el IV Congreso de esta última, celebrado en 1884, Gabriel Edmonston presentó una moción sobre la duración de la jornada de trabajo, que decía: Que la duración legal de la jornada de trabajo sea de ocho horas diarias a partir del Primero de Mayo de 1886. La moción se aprobó y se convirtió en una reivindicación también para otras organizaciones no afiliadas al sindicato.
El Primero de Mayo de 1886 los trabajadores debían imponer la jornada de ocho horas y cerrar las puertas de cualquier fábrica que no accediera. La demanda de ocho horas se iba a transformar de una reivindicación económica de los trabajadores contra sus patronos inmediatos, en la reivindicación política de una clase contra otra.
El plan recibió una tremenda y entusiasta acogida. Un historiador escribe: Fue poco más que un gesto que, debido a las nuevas condiciones de 1886, se convirtió en una amenaza revolucionaria. La efervescencia se extendió por todo el país. Por ejemplo, el número de miembros de la Noble Orden de los Caballeros del Trabajo subió de 100.000 en el verano de 1885 a 700.000 al año siguiente.
El movimiento de las ocho horas recibió un apoyo tan ferviente porque la jornada de trabajo típica era de 18 horas. Los trabajadores debían entrar a la fábrica a las 5 de la mañana y retornaban a las 8 ó 9 de la noche; así, muchos trabajadores no veían a su mujer e hijos a la luz del día. Los obreros, literalmente, trabajaban hasta morirse; su vida la conformaba el trabajo, un pequeño descanso y el hambre. Antes de que los trabajadores como clase pudieran alzar la cabeza hacia horizontes más lejanos, necesitaban momentos libres para pensar y formarse.
En las calles, trabajadores alzados cantaban:
Nos proponemos rehacer las cosas.
Estamos hartos de trabajar para nada,
escasamente para vivir,
jamás una hora para pensar.
Antes de la primavera de 1886 comenzó una ola de huelgas a escala nacional. Dos meses antes del Primero de Mayo, escribe un historiador, ocurrieron repetidos disturbios [en Chicago] y se veían con frecuencia vehículos llenos de policías armados que corrían por la ciudad. El director del Chicago Daily News escribió: Se predecía una repetición de los motines de la Comuna de París.
En febrero de 1886 la empresa McCormick, de Chicago, despidió a 1.400 trabajadores, en represalia a una huelga que los trabajadores de la empresa, dedicada a la fábrica de máquinas agrícolas, habían realizado el año anterior. Los Pinkertons, una especie de policía privada empresarial, vigilaban todos los pasos de los huelguistas, fueron contratados muchos esquiroles, pero la huelga duró hasta el Primero de Mayo. Al mantenerse la huelga y al aproximarse la fecha del día clave que el IV Congreso había señalado, se iba asociando la idea de coordinar esas dos acciones.
Ese día se paralizaron 20.000 trabajadores en distintos Estados, en demanda de la jornada de ocho horas de trabajo. Los trabajadores en huelga de la empresa Mc Cormick también se unieron a la protesta.
El Primero de Mayo era el día clave para exigir el nuevo horario; todos los comentarios y expectativas eran centralizadas en aquella fecha, más aún, se aprovechó el descontento de los trabajadores y la huelga de Chicago.
Aquel día los obreros de los mayores complejos industriales de Estados Unidos declararon una huelga general. Exigían la jornada laboral de ocho horas y mejores condiciones de trabajo.
La prensa burguesa reaccionó en contra de las protestas de los trabajadores; por ejemplo, ese mismo día el periódico New York Times decía: Las huelgas para obligar el cumplimiento de la jornada de ocho horas pueden hacer mucho para paralizar la industria, disminuir el comercio y frenar la renaciente prosperidad del país, pero no podrán lograr su objetivo. Otro periódico, el Philadelphia Telegram dijo: El elemento laboral ha sido picado por una especie de tarántula universal, se ha vuelto loco de remate. Pensar en estos momentos precisamente en iniciar una huelga por el logro del sistema de ocho horas.
Ese Primero de Mayo de 1886 fue tan agitado como se había pronosticado. Se realizó una huelga general en Wilkawee, donde la policía mató a 9 trabajadores. En Louisville, Filadelfia, San Luis, Baltimore y Chicago, se produjeron enfrentamientos entre policías y trabajadores, siendo el acto de ésta última ciudad el de mayor repercusión. Chicago, donde también estaba la huelga de los trabajadores de la empresa Mc Cormick, fue el símbolo de la lucha y el sacrificio de los trabajadores. Allí los sucesos fueron especialmente trágicos. Para reprimir a los huelguistas, la burguesía urdió una provocación: el 4 de mayo en la plaza de Haymarket, donde se estaba celebrando una masiva asamblea obrera, estalló una bomba. Era la señal para que los policías de la ciudad y los soldados de la guarnición local abriesen fuego contra los huelguistas.
Los sucesos acaecidos en Estados Unidos en mayo de 1886 tuvieron una inmensa repercusión mundial. Al año siguiente, en muchos países los obreros se declararon en huelga simultáneamente, símbolo de su unidad y fraternidad, por encima de fronteras y naciones en defensa de una misma causa.
Como resultado de la huelga los patronos cerraron las fábricas. Más de 40.000 trabajadores se pusieron en pie de lucha. Comenzó una represión masiva no sólo en Chicago, principal centro del movimiento huelguístico, sino también por todo Estados Unidos. La burguesía desató una de sus típicas campañas de propaganda de odio hacia la clase obrera y los sindicatos. A los obreros, los encarcelaban a centenares.
El 21 de junio de 1886, se inició la causa contra 31 responsables, que luego quedaron en 8.
El sistema judicial hizo el resto: pasó por alto su propia legalidad y, sin prueba alguna de que los acusados tenían algo que ver con la explosión en Haymarket, dictó una sentencia cruel e infame: Prisión
• Samuel Fielden, inglés, 39 años, pastor metodista y obrero textil, condenado a cadena perpetua.
• Oscar Neebe, estadounidense, 36 años, vendedor, condenado a 15 años de trabajos forzados.
• Michael Swabb, alemán, 33 años, tipógrafo, condenado a cadena perpetua.
A muerte en la horca
El 11 de noviembre de 1887 se consumó la ejecución de:
• Georg Engel, alemán, 50 años, tipógrafa.
• Adolf Fischer, alemán, 30 años, periodista.
• Albert Parsons, estadounidense, 39 años, periodista, esposo de la mexicana Lucy González Parsons aunque se probó que no estuvo presente en el lugar, se entregó para estar con sus compañeros y fue juzgado igualmente.
• Hessois Auguste Spies, alemán, 31 años, periodista.
• Louis Linng, alemán, 22 años, carpintero para no ser ejecutado se suicidó en su propia celda.
Aquel crimen legal tenía un solo objetivo: no permitir que se extendiesen las protestas obreras y atemorizar por mucho tiempo a los obreros. Un capitalista de Chicago reconoció: No considero que esta gente sea culpable de delito alguno, pero deben ser ahorcados. No temo la anarquía en absoluto, puesto que se trata de un esquema utópico de unos pocos, muy pocos chiflados filosofantes y, además, inofensivos; pero considero que el movimiento obrero debe ser destruido.
Principales planteamientos de los encausados:
Albert Parsons: En los Estados del sur mis enemigos eran quienes explotaban a los esclavos negros; en los del norte, quienes quieren perpetuar la esclavitud de los obreros.
August Spies: En este tribunal yo hablo en nombre de una clase y en contra de otra.
George Engel: Todos los trabajadores deben prepararse para una última guerra que pondrá fin a todas las guerras.
Adolph Fischer: Sé que es imposible convencer a los que mienten por oficio: a los mercenarios directores de la prensa capitalista, que cobran por sus mentiras.
Luis Lingg: Estados Unidos es un país de tiranía capitalista y del más cruel despotismo policiaco.
Michael Schwab: Millones de trabajadores pasan hambre y viven como vagabundos. Incluso los más ignorantes esclavos del salario se ponen a pensar. Su desgracia común les mueve a comprender que necesitan unirse y lo hacen.
Samuel Fielden: Los obreros nada pueden esperar de la legislación. La ley es solamente un biombo para aquellos que les esclavizan.
Óscar Neebe: He hecho cuanto he podido para fundar la Central Obrera y engrosar sus filas; ahora es la mejor organización obrera de Chicago; tiene 10.000 afiliados. Es lo que puedo decir de mi vida obrera.
Fuente: www.antorcha.org
Wikipedia
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